Fragmento de Opisanie swiata
Bopp es libre como una flecha disparada de un arco. Ya recorrió el mundo. Tomó sol. Se clavó una espina en el pie.
Montó a caballo, remó, bebió mate, comió turrón y vio caimanes con la boca abierta, con dientes serrados como
el perfil de una fábrica. No para. Tiene hormigas en el cuerpo. En los días que tuvimos que quedarnos en el hostal
esperando la partida del barco, se desapareció. Nadie tenía noticias de él. Pensé que había desistido del viaje.
Pero, a la hora de embarque, cerrado ya el compartimiento de equipaje, he ahí Bopp que aparece en una curva del
puerto, despeinado y descompuesto, gritando y corriendo y tropezándose con sus interminables maletas. Sus cortas
piernitas no colaboraban con esa carrera desvariada. Llegó jadeante a la cubierta y, sin dar tiempo a recobrar el
aliento, fue ahí mismo soltando una historia difícil de creer. A duras penas se había acomodado en el hostal cuando
escuchó un sonido que venía de la calle. Parecía música, pero era distinto de todo lo que había escuchado hasta
entonces. Le recordaba vagamente sonidos con los que había tenido contacto en la Amazonia. Pensó que se parecía
a un jazz tocado por los Waimiri Atroari. Salvaje, violento y, al mismo tiempo, seductor. Bopp bajó, claro está. Solo
pensaba en seguir el sonido. En la puerta del hostal paró, cerró los ojos y aguzó los oídos para identificar de dónde
provenía la música que, allá afuera, se mezclaba con el rumor de la ciudad. Dio una vuelta por el edificio y siguió
por la callejuela que quedaba frente a la ventana de su cuarto. Allí la música se oía más alto, pero aún distante.
Siguió afanadamente en su dirección. Al final de la callejuela la música sonaba más bajo. Bopp no sabía para
dónde ir. Procuró concentrarse para reconocer el lugar de donde venía. Luego de un instante, ya no tuvo más dudas.
La música salía de la calle a la izquierda. Inmediatamente dobló, ya la oyó más alta, sin embargo aún alejada. La
calle era larga y Bopp se apresuró. Precisaba alcanzar el sonido. Pero este escapaba. Primero se hacía débil, luego
desaparecía. Bopp aceleraba y volvía a escucharlo. Unos bramidos acompañaban ahora a la música. Bopp quería
oír más. Pero la música continuaba desplazándose por la calle. Entonces Bopp corrió. Juzgó ver, a la distancia, cinco
jóvenes peludos cargando instrumentos musicales. Vestían pantalones y camisas negras con sacos color lila encima.
En la penumbra, el color chillón del saco sobre la ropa negra hacía que parecieran flores gigantes que, liberadas del
ramo, flotaban sueltas en el aire. Cuando tocaban, se bamboleaban en una danza aún más demente que la música.
Contorneaban la cintura y echaban las piernas hacia adelante. Alzaban los instrumentos a lo alto y daban
saltitos. A veces se tiraban al suelo y se deslizaban sobre los paralelepípedos; y esta danza, si tuviera un nombre,
pensó, podría ser kinkiliba (no sabía de dónde le llegaba tal pensamiento ni tal nombre). Bopp siguió corriendo.
Los jóvenes se esfumaron por una calle transversal. Bopp fue tras ellos. Al voltear la calle ya no vio ni oyó lo que
sea que fuera. El repentino silencio lo dejó preocupado. Miró para los lados y nada. Siguió andando. Caminó unos
doscientos metros antes de volver a escuchar aquella extraña música. Apuró el paso. Allá, al fin, estaban los jóvenes.
Los cinco, que luego se volvieron cuatro, recorrieron las callejuelas sucias del barrio. Anduvieron por todas partes,
cantando y bailando. Bopp los siguió noche adentro sin jamás lograr llegar cerca de ellos, cosa que lo angustiaba.
Quería poder bailar también, bambolearse y echar las piernas hacia adelante, pero si parara para hacerlo los perdería
de vista. Se resignó a acompañarlos de lejos. Los acompañó hasta el infinito, hasta que las prostitutas se recogieron y
las tienditas comenzaron a abrir, hasta que el sol se puso y volvió a ser de noche, hasta que las prostitutas volvieron a
sus casas y las tiendas abrieron nuevamente sus puertas y no fue ya posible oír más la música. Parecían fantasmas, me
dijo Bopp. Pero no fantasmas del pasado, añadió luego de una pausa, y, sí fantasmas que hubieran venido del futuro.
Traducción de Ramiro Arango y Mercedes Guhl |