Rafael Gallo
Nació en São Paulo, en 1981. Es graduado en música, con licenciatura en composición y regencia, por la Universidad Estadual Paulista (Unesp), y en 2015 terminó la maestría en medios y procesos audiovisuales por la Universidad de São Paulo (USP). Actualmente vive en Baurú, ciudad del interior del estado de São Paulo.
Se inició en literatura en 2012, con el libro de cuentos Réveillon e outros dias, (Fiesta de Nochevieja y otros días) después de haber vencido el concurso nacional Premio Sesc de Literatura. En 2015 publicó su primera novela, Rebentar (Reventar), ganadora del Premio São Paulo de Literatura 2016, unos de los más importantes del país. Ambos libros fueron publicados en Brasil por la Editora Record.
Los cuentos de Réveillon e outros dias abordan experiencias de relaciones humanas limítrofes, permeando desde textos más dramáticos, como el cuento Espiral, y en el cual se retrata una relación incestuosa entre madre e hijo, hasta bienhumorados, como O vendedor, (El vendedor) enfocado en un hombre que decide dedicarse al comercio ilegal de sus propios órganos.
La novela Rebentar, muy bien recibida por el público y la crítica, narra la historia de Ángela, una madre cuyo hijo, Felipe, desapareció a los cinco años de edad. Después de 30 años de tratar por todas las formas posibles de tener a su niño de vuelta, y de vivir en duelo por él, Ángela decide terminar la espera y la búsqueda por su propia cuenta, aceptar la pérdida definitiva y darse el derecho de reanudar su vida.
Además de los dos libros ya citados, el autor tiene cuentos publicados en antologías y vehículos diversos, como la antología en formato eBook Desassossego (Desasosiego) (Mombak, 2014), organizada por Luiz Ruffato; por la colección de eBooks Formas breves (Formas breves) el cuento Nos olhos de Júlia (En los ojos de Julia) (e-Galáxia, 2014); y la traducción para español de su cuento Réveillon, intitulada Nochevieja, que fue uno de los textos seleccionados para el segundo volumen de la Machado de Assis
Magazine (Biblioteca Nacional, 2012), disponible gratuitamente en: http://tinyurl.com/zseuaov. Para 2017 ya está programada la publicación de Conversas de botequim – contos inspirados em canções de Noel Rosa (Pláticas de bar – cuentos inspirados en canciones de Noel Rosa) (Mórula, en prensa), con un
cuento del autor.
Las obras de Rafael Gallo están bajo los cuidados de la Agencia Riff (lucia@agenciariff.com.br).
Fragmento de la novela Rebentar
Era la primera vez que se acostaban sin haber llevado a Felipe para su recámara – la habitación ahora vacía, reverberando en silencio desde el extremo opuesto del corredor. Octavio generalmente cargaba al hijo en brazos hasta la cama donde él continuaría su sueño. Ángela se acuerda perfectamente de cuánto ella y su marido habían llorado juntos, abrazados por la misma pérdida, la misma perdición. De cuán insoportable era estar paralizados allí, acostados como si estuvieran muertos, aunque despiertos, mientras la noche más profunda de todas se tragaba al hijo desamparado del lado de fuera. Dentro de la casa, todas las luces permanecían encendidas, derramándose de las ventanas hacia la calle como un faro para indicar a Felipe el camino de regreso, o una vela quemándose por su pérdida. Ángela no sabe cuánto tiempo llevó hasta que esa forma de vigilia terminase, pero con seguridad pasaron semanas antes que las lámparas se apagaran y las ventanas cerraran una noche, junto a los párpados de la mujer finalmente adormecida por el entorpecimiento de medicaciones. La sensación que ella tenía era que, si cerraba los ojos, Felipe nunca más sería visto.
Hoy, con más de treinta años de noches acumuladas entre aquella primera y ésta, hay alguna habituación adquirida. Ángela toma una dosis menor de medicinas con un trago de agua y los dos descansan en silencio bajo los cobertores. Están, bajo una nueva forma, perdiendo a Felipe otra vez. Evitan hablar algo más sobre el asunto de la conversación anterior, como si hacerlo fuera una falta de delicadeza a la memoria del niño o a su propia renuncia como padres. Probablemente, conseguirán dormir toda la noche. Para readquirir ese hábito, después de las primeras vigilias, llevaron mucho tiempo durmiendo en pedazos, alternando pocas horas de sueño. Había en esa antigua precariedad un reflejo sórdido de los primeros meses de la vida de Felipe, cuando tenían que despertar a toda hora por cuenta de la reciente presencia del niño. Con su ausencia, se reavivó en los nervios de la madre sustraída la misma forma de percepción aguzada; ella oía, varias veces, venir de la recámara del hijo los pequeños gemidos y el lloriqueo bajito, que sólo las madres parecen capaces de escuchar. Sin embargo, esta vez los sonidos se trataban apenas de alucinaciones: sollozos de un cuarto vacío.
Fueron muchas las madrugadas en las cuales Ángela no podía soportar estar en la cama y, después de algunas horas, iba para la recámara de Felipe. En la primera después de la desaparición, ella atravesó el corredor entre los dormitorios bañada por la luz amarillenta, sintiendo sus ojos contraídos y su cuerpo balanceando de mareo y pesar. Con uno de los brazos apoyado en la pared, siguió para la puerta del cómodo vacío, tanteando como si, a
pesar de las lámparas encendidas, caminase en la obscuridad. Ya apoyada en el batiente, observó cada uno de los pequeños objetos que formaban el mundo del niño: la camita arreglada con el edredón azul de estrellas amarillas, el ropero de pátina blanca, las cortinas de Peter Pan en las ventanas, los estantes con los juguetes, el escritorio que ya comenzaba a ser usado para trabajos de la escuela. Sobre el respaldo de la silla, el pijama que él se había quitado para ir a la galería horas antes. Ella tomó en sus manos y aspiró profundamente el olor de su niño aún impregnado en las fibras del tejido, el olor de la inocencia tan opuesta a aquel mundo que la devoraba. La madre se hundió en una especie de obscuridad, desconocida hasta aquel momento. Agarrada a la ropa de cama de Felipe, derrumbada sobre el pequeño colchón, ella lloró descontroladamente hasta que Octavio la tomó en los brazos y la retiró de allí.
El sol que entra por las rendijas de la ventana despierta a Ángela. Ella tiene la sensación de haber mezclado, durante el tiempo difuso de la noche anterior, sueños y recuerdos de Felipe con las primeras madrugadas de su ausencia. La casa está bastante silenciosa, Octavio ya debe haber salido para el trabajo. Ángela se levanta de la cama, se lava el rostro, cepilla los dientes y sale de su recámara. Atraviesa el corredor, pasa delante de la escalera que la llevaría a la sala y después a la cocina, y se acerca a la puerta del cuarto de Felipe. Bajo el batiente, toca el interruptor, removiendo de la oscuridad la imagen perfectamente igual a aquella con la que se encontró en la primera noche después de la desaparición, hace más de treinta años. Su recámara había sido conservada cuidadosamente intacta durante esas tres décadas, como si el pequeño Felipe hubiese acabado de salir de allí y pudiese regresar a cualquier momento. Su cama hecha, arreglada con el edredón azul de estrellas amarillas; el ropero de pátina blanca, las cortinas de Peter Pan en las ventanas, los estantes con los juguetes, el escritorio que ya comenzaba a ser usado para trabajos de la escuela. Todo permanece preservado en su lugar, como si el tiempo no hubiese dado un paso siquiera entre aquellas paredes. Sobre el respaldo de la silla, aún yace el pijama que el niño se había quitado para ir a la galería décadas antes. Ángela lo toma nuevamente en sus manos, pero sabe que hace mucho tiempo el olor del niño no está más enredado en aquellas fibras. Aun así, lo pone contra su rostro como en una oración. Mira alrededor, pensando que todo ese memorial tendrá que ser finalmente desecho cuando se cambien de casa. Desbaratar esa recámara será la cosa más difícil que haya hecho en su vida; no logra imaginar cómo podría realizar eso. Se sienta, abatida, sobre el colchón antiguo de Felipe. Permanece paralizada, con el pensamiento nublado. Deja caer el pijama sobre su regazo, lo extiende lentamente sobre las piernas, para finalmente doblarlo. Demora la mirada en la tela gris sobre sus piernas antes de conseguir levantarse y caminar hacia el ropero. Abre la puerta central del mueble y se encuentra con el leve balanceo de las ropas del muchacho en los ganchos. Los contornos de su cuerpo aún están dibujados allí, como sombras de algodón en piernas y mangas
estiradas. Ya ha visto esa misma escena centenas de veces, pero aún siente un nudo apretársele en el pecho. Ella abre la gaveta donde siempre estuvieron los pijamas y deposita allí el pequeño pliegue de terciopelo en sus manos. El silencio en la casa es fúnebre. Después de cerrar la gaveta y las puertas del armario, Ángela, como hace todas las mañanas, abre las cortinas y las ventanas para dejar entrar un poco de sol en la recámara de su hijo. Es la primera vez, sin embargo, que la luz de la mañana descansa sobre una silla descubierta.
Traducción de Elizabeth Nazzari Verani y Juan Manuel Canela
Gallo, Rafael
Rebentar
Brasil: Record, 2015