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Ana Paula Maia

 

 

Nacida en Río de Janeiro en diciembre de 1977, vive en el sur de Brasil en Curitiba, desde 2015. Es escritora y guionista. Cuenta con cinco novelas publicadas, destacándose Entre rinhas de cachorros e porcos abatidos (Entre riñas de perros y puercos sacrificados) (ed. Record, 2009), Carvão animal (Carbón animal) (ed. Record, 2011) y De gados e homens (De ganados y de hombres) (ed. Record, 2013). Tiene libros publicados en Serbia, Alemania, Argentina, Francia, Italia y Estados Unidos. En breve tendrá nuevas ediciones en España. Posee cuentos publicados en antologías en Brasil y el exterior, traducidos al alemán, croata, español, inglés e italiano. Su novela, A guerra dos bastardos (La guerra de los bastardos) (ed. Língua Geral, 2007 - Edición Alemana: Krieg der Bastarde - Ed. A1, 2013) se destacó en Alemania como uno de los mejores libros policiacos extranjeros del año de 2013.

Deserto (Desierto), es su primer largometraje y debut como guionista. La película es una adaptación de la novela Santa Maria do Circo, del escritor mexicano David Toscana. Publicado en Brasil en 2016.

Participa en diversos eventos de literatura en Brasil y el exterior, entre ellos la Feria Internacional del Libro de Lima (Perú), Festival internacional de Literatura de Berlin (Alemania), Belle Latina (Lyon, Francia), Etonnants-Voyageurs (Saint-Malo, Francia), Festival of European Short Story (Zagreb y Sibenik, Croacia), Festival de literatura Iberoamericana (Atenas, Grecia), Semana de Literatura Brasileña (Viena, Austria), Feria Internacional del Libro en Guadalajara (México, 2014), Salón del libro de Paris (Francia, 2015 – comitiva oficial del país invitado de honor), 1º Festival internacional del libro de Maputo (Mozambique, 2015), FILBA (Festival internacional de Literatura de Buenos Aires , 2015).

Capítulo seis de la novela De ganados y de hombres

Bronco Gil observa el pasto. Su sombra se estira hasta tocar la parte del alambrado que quedó más floja. Es un dia caluroso y polvoriento. Debajo del sol, ya todos los hombres se muestran empeñados en sus funciones y perseguidos por sus sombras. Mientras camina, la sombra de Bronco Gil invade el pasto y recubre parte del cuerpo de una vaca soñolienta que mastica un poco de hierba, se agacha y junta tierra con una de sus manos. Enseguida la huele y la arroja. De pie busca en el alambre de púas algún vestigio del animal que atacó a la vaca. Pero además de no encontrar ni un pelo, comprueba que la cerca no tiene mas daños que los que causó la vaca. Espanta a otros rumiantes que se van aproximando y busca huellas de un felino o de un jabalí. No encuentra nada.
Está decidido a pasar la noche en guardia. Por el terror que generó la noche anterior, no ha de ser un animal que se capture así nomás. Estratégicamente, elabora algunas trampas y piensa en la ruta de entrada y fuga del depredador.
Agachado, olisqueando una vez más un puñado de tierra, a su cuerpo lo tapa la sombra de Edgar Wilson.

—¿Qué pasa?

—Acaban de llegar los estudiantes.

Bronco Gil se pone de pie. La escopeta le cuelga en la espalda. El semblante es de desconsuelo. Pasea la vista por el estrecho campo al alcance de sus ojos, aunque sabe que el horizonte es extenso y sus límites son imperceptibles desde donde él mira.

—Tengo que encontrar a ese desgraciado —comenta Bronco Gil —.No entiendo por donde entró. No hay ninguna marca, ni en el pasto ni en el cerco —concluye apuntando el índice en distintas direcciones, tan desorientado como la vaca antes de morir, tan angustiado como animal en la fila del sacrificio.
     

  —No entró ningun depredador —comenta Edgar Wilson.

— ¿Y entonces cómo se explica? —plantea Bronco Gil, exaltado.

Edgar Wilson permanece en silencio unos instantes.

Mira la hierba recostada y el día lleno de luz.

—Voy a encontrar a ese animal y voy a necesitar ayuda.

—Cuando quieras.

—Puede ser que esta noche vengan en manada. —Bronco Gil se acomoda el sombrero —.Por eso, vamos a juntar a los peores tipos de este lugar. ¿Sabes usar una de estas? —pregunta señalando la escopeta.

Edgar Wilson dice que sí con la cabeza.

Perfecto. Yo igual prefiero arco y flecha. No gastes mucha energía, que esta noche nos va a dar bastante trabajo.

Bronco Gil deja el lugar y va al encuentro de los estudiantes intrépidos, que desean fervientemente conocer la línea de producción de la carne. El grupo consta de once alumnos y un profesor.

—Hola, soy Aristeo, el profesor. Ellos son mis alumnos. Gracias por recibirnos en este lugar tan… interesante. –El hombre se agita como un novillo salvaje y, a la vez que habla, pone una sonrisa fija y mueve la cabeza en sintonía con vaya a saber qué cosas-. Estamos muy interesados en aprender la rutina de los trabajadores y conocer las instalaciones y la manera… -Suelta una risita-. O sea, la manera en que la carne llega a nuestras mesas todos los días. De acá nos vamos a visitar después la fábrica de hamburguesas donde se procesa la carne de ustedes.

—Se interrumpe a sí mismo y se da un sopapo en la cabeza, como quien dice “que tonto soy” —. Quiero decir, la carne que ustedes producen en este lugar. 

Bronco Gil escucha todo el tiempo en silencio. Cuando el otro para de hablar, llama a Tonho y le pide que lleve a los visitantes al corral donde está el ganado seleccionado para la faena del día.

—Quisiera también agradecerle al señor Milo por su gentileza y por dejarnos visitar este establecimiento tan… singular.

—Le transmito a don Milo. Ahora, si ustedes me permiten… —Bronco Gil se quita el sombrero, demostrando que él también tiene buenos modales, y se retira.

Edgar Wilson suspende la maza en el aire y la descarga, acertando en la frente de la vaca que inaugura el segundo lote del día. Santiago está haciendo un buen trabajo y mantiene su ritmo frenético, siempre elongando y precalentando antes de entrar a box. Edgar Wilson está satisfecho con el trabajo del nuevo compañero y confirma lo bien que hizo en mandar a Zeca al fondo del río. Hasta el momento nadie vino a preguntar por él. En los lugares donde la sangre se mezcla con el suelo y con el agua es difícil tratar de establecer cualquier distinción entre lo humano y lo animal.  Edgar se siente tan en sintonía con los rumiantes, con la mirada insondable que tienen y con la vibración de la sangre en sus venas, que a veces se pierde en su misma conciencia al preguntarse quién es el hombre y quién el bovino.

Maia, Ana Paula
De ganados y de hombres
Argentina: Eterna Cadencia, 2015