La Universidad de Guadalajara, mediante el proyecto del Museo de Ciencias Ambientales del Centro Cultural Universitario, y con apoyo de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, convoca al Premio Ciudad y Naturaleza José Emilio Pacheco. Al galardón, dotado de diez mil dólares estadounidenses, podrán participar todos los escritores y narradores en idioma español. Deberán abordar el tema referente a la naturaleza, la sustentabilidad urbana, la armonía socioecológica y el cuidado ambiental. Este galardón está bautizado en memoria del poeta José Emilio Pacheco, cuyo trabajo trascendió al explorar la aparente dualidad entre la ciudad y la naturaleza.
Creado por la Universidad de Guadalajara, en colaboración con el Instituto Nacional de Lenguas Indígenas, la Secretaría de Cultura, la Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas, la Secretaría de Educación Jalisco y la Secretaría de Cultura Jalisco, el Premio de Literaturas Indígenas de América tiene el objetivo de enriquecer, conservar y difundir el legado y riqueza de los pueblos originarios mediante los diferentes géneros del arte literario, así como reconocer y difundir la trayectoria y obras de autores indígenas. Dotado de 300 mil pesos mexicanos, el premio se entregará en su décima edición en el marco de la FIL Guadalajara 2022.
Ruperta Bautista
El Premio Iberoamericano SM de Literatura Infantil y Juvenil se puso en marcha en 2005, Año Iberoamericano de la Lectura, con el propósito de impulsar la literatura infantil y juvenil en toda Iberoamérica. El objetivo de este premio es el reconocimiento a aquellos autores que hayan desarrollado su carrera literaria en el ámbito del libro infantil y juvenil. Dotado con 30 mil dólares, se entrega cada año en el marco de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara.
Irene Vasco
Con el fin de crear una red que ayude a difundir la obra de los ilustradores de libros para niños y jóvenes en Iberoamérica, Fundación SM y la FIL Guadalajara convocan al 15 Catálogo Iberoamérica Ilustra. Las obras seleccionadas se montarán como exposición en el marco de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara.
www.iberoamericailustra.comMartha Elena Saint Martin Luengas
Destinação Brasil
Siete años ha durado ya la apuesta de Destinação Brasil, un viaje de descubrimiento de la literatura contemporánea de ese país, que refuerza la vocación de la FIL como el foro literario que congrega a lo más destacado del quehacer literario en el continente.
Este año, marcado por los cambios políticos de Brasil, quisimos redoblar nuestra apuesta por la región consiguiendo que doce autores brasileños viajen a nuestro festival, al encuentro con los lectores mexicanos. Seguimos y seguiremos trabajando para cerrar la brecha entre la literatura brasileña y los lectores en lengua castellana en primera instancia, y, por supuesto, con el público de otras lenguas a escala mundial.
Es necesario derrumbar el muro que existe entre la literatura brasileña y el resto de los lectores en América Latina, y procurar también que sus obras lleguen a las mesas de los profesionales del libro, de los editores, de los agentes de derechos, de los curadores de los festivales y de los traductores.
Esta docena de autores se suman a los 72 que nos han acompañado en las ediciones pasadas, el amable lector encontrará el listado completo de participantes en las últimas páginas de esta pequeña antología.
Esta apuesta de Destinação Brasil no hubiera sido posible una vez más, sin el esfuerzo de la Cámara Brasileña del Libro, a la que agradecemos el refrendo de su confianza. Un especial agradecimiento merecen el Ministerio de Cultura de Brasil, la Embajada de Brasil en México; la Secretaría de Cultura del Estado de São Paulo y el Premio São Paulo de Literatura 2018, que apoyan la presencia de los ganadores de las tres categorías del Premio en esta edición de la Feria.
Para todos los lectores ávidos de descubrir nuevas historias, para los que cada año buscan que la FIL los sorprenda, para el público profesional que anda a la caza de oportunidades de negocio, los invitamos a descubrir lo que Brasil tiene que contar.
Autores 2019
Para más información contacte a:
Itzel Sánchez, Responsable de Programas en otras lenguas, al teléfono (+52) 33 3810 0331, ext. 905
Fabrício Corsaletti nació en Santo Anastacio, en el occidente del estado de São Paulo, en 1978, y desde 1997 vive en la ciudad de São Paulo. Se formó en letras en la USP (Universidad de São Paulo) y en 2007 publicó en la Companhia das Letras el volumen Estudos para o seu corpo (Estudios para tu cuerpo), el cual reúne sus primeros cuatro libros de poesía: Movediço (Movedizo, Labortexto Editorial, 2001), O sobrevivente (El sobreviviente, Hedra, 2003) y los entonces inéditos História das demolições (Historia de las demoliciones) y Estudos para o seu corpo (Estudios para tu cuerpo).
Es también autor de los cuentos que se recogen en King Kong e cervejas (King Kong y cervezas, Companhia das Letras, 2008), de la novela Golpe de ar (Golpe de aire, Editora 34, 2009), de los poemas de Esquimó (Esquimal, Companhia das Letras, 2010, que recibió el Premio Bravo! de Literatura en el mismo año), Quadras paulistanas (Cuadras de la ciudad de São Paulo, Companhia das Letras, 2013). También escribió Baladas (Companhia das Letras, 2016) y Todo poeta é un bar (Todo poeta es un bar, Quelonio, 2018), de las crónicas contenidas en Ela me da capim e eu zurro (Ella me da pasto y yo rebuzno, Editora 34, 2018) y Perambule (Deambular, Editora 34, 2018), además de los libros infantiles Zoo (Hedra, 2005), Zoo zureta (Zoo chiflado, Companhia das Letrinhas, 2010), Zoo zoado (Zoo de broma, Companhia das Letrinhas, 2018) y Poemas com macarrão (Poemas con pasta, Companhia das Letrinhas, 2018). Con Alberto Martins escribió Caderno americano (Cuaderno americano, Luna Parque, 2016), que reúne poemas en prosa de ambos autores sobre América Latina; y con Samuel Titan Jr. Tradujo al portugués 20 poemas para leer en el tranvía, del argentino Oliverio Girondo (Editora 34, 2014).
Una antología bilingüe de sus poemas, con traducción al español de Mario Cámara y Paloma Vidal, se publicó en Argentina bajo el título Feliz con mis orejas (Lux/Grumo, 2016). De 2010 a 2019 fue columnista de la revista São Paulo, del diario Folha de S. Paulo, donde publicaba quincenalmente crónicas y poemas.
Paterson, crónica incluida en el libro Perambule
Me desperté antes de que sonara la alarma, besé a mi novia en la frente, me lavé la cara, me vestí, fui a la cocina, agarré un plátano, lo puse en el bolsillo de mi abrigo, abrí la puerta de la sala, pateé el periódico dentro, llamé al ascensor, saludé al portero, crucé la calle y llegué a casa a pie.
Aún no eran las siete de la mañana y la avenida Pacaembu ya estaba en medio del tráfico pesado. Sonidos de cláxon, música fuerte, gente gritando. Pasé frente al estadio. Qué hermoso, pensé. No solo el edificio en sí, sino también el lugar donde se erigió, en medio de un valle.
Recordé um artículo leído días antes en una revista, sobre un café recién abierto en el vestíbulo. Me imaginé mesas esparcidas entre las columnas, debajo de la losa, y encima de ellas tazas, cuadernos, vasos, velas, laptops, copas de brandy. Saqué mi teléfono celular de mi bolsillo y me envié un correo electrónico “Ir al café Pacaembu pronto”. Después de esto me apresuré por la pendiente de Faap.
Cada vez que caminaba ese tramo me llamaba la atención una ventana oxidada casi completamente cubierta por una rama de guayaba. De alguna manera, ella era el centro del paisaje. ¿O el último fragmento de un mundo en extinción? Estudiantes con mochila a cuestas cruzaban la puerta de la universidad. La luz caía fuera de los relojes, en las cabelleras de las chicas que se quedaron atrás.
Casi me detengo en la panadería de la plaza Vilaboim, pero tuve pereza de hablar con la gente. Un señor con boina caminaba en mi dirección con un perro de raza pura. ¿A dónde fueron a parar los perros callejeros de Brasil? En el espacio entre las piernas de los mendigos, sin duda.
La semana anterior, el cajero de una papelería me contó una loca historia sobre sus hijos. Me llevó un tiempo comprender que no eran niños, sino perros. Luego le dije que yo tampoco tenía hijos y que, como él, amaba a los animales. Lo juro: pensé que me lanzaría un lápiz al ojo. Afortunadamente, sólo me llamó fascista. Agarré mi cambio y me fui. Vivimos en una época extraña. El chico trata a los animales como personas y a las personas como animales, pero en el fondo se considera una buena persona. Cuando se convierte en alcalde de Sao Paulo, su primera actitud es dejarse fotografiar con un koala de mascota. Al día siguiente, abre fuego a los indios de cracolândia.
En lugar de pasar por el parque de Buenos Aires y tomar el camino más corto, tomé la derecha y subí hacia Paulista, entré por Angélica, giré en la calle Sujinho y seguí andando por el vecindario. La mayoría de las tiendas estaban cerradas. En los bares, los trabajadores con uniformes y botas bebían café en el balcón y los trabajadores con ropa casual compraban pasteles de queso para comer en la oficina.
Un día abriré un bar, el Bar de Corsaletti. Llamaré a mi amigo Formiga para que se encargue de la parrilla y el sonido. Ganaré dinero y miraré el mapa del mundo como si fuera un menú. Dejaré de escribir y arreglaré um montón de problemas. Beberé el doble y luego tendré que dejar de beber. Mejor no abriré ningún bar. Y además, tengo tres libros por terminar.
Queda un poco de espacio para hablar de Paterson, la nueva película de Jim Jarmusch. Pero estoy de acuerdo: los mejores poemas son escritos al aire, los conductores de autobuses salvarán el planeta, la serenidad está llena de cerillos.
Corsaletti, Fabrício
Perambule
Brasil: Editoria 34, 2000
Fabrício Corsaletti nasceu em Santo Anastácio, no Oeste Paulista, em 1978, e desde 1997 vive em São Paulo. Formou-se em Letras pela USP e em 2007 publicou, pela Companhia das Letras, o volume Estudos para o seu corpo, que reúne seus quatro primeiros livros de poesia: Movediço (Labortexto Editorial, 2001), O sobrevivente (Hedra, 2003) e os então inéditos História das demolições e Estudos para o seu corpo.
Também é autor dos contos de King Kong e cervejas (Companhia das Letras, 2008), da novela Golpe de ar (Editora 34, 2009), dos poemas de Esquimó (Companhia das Letras, 2010, que recebeu o Prêmio Bravo! de Literatura no mesmo ano), Quadras paulistanas (Companhia das Letras, 2013), Baladas (Companhia das Letras, 2016) e Todo poeta é um bar (Quelônio, 2018), das crônicas de Ela me dá capim e eu zurro (Editora 34, 2014) e Perambule (Editora 34, 2018), além dos livros infantis Zoo (Hedra, 2005), Zoo zureta (Companhia das Letrinhas, 2010), Zoo zoado (Companhia das Letrinhas, 2014) e Poemas com macarrão (Companhia das Letrinhas, 2018). Com Alberto Martins escreveu Caderno americano (Luna Parque, 2016), que reúne poemas em prosa dos dois autores sobre a América Latina, e com Samuel Titan Jr. traduziu 20 poemas para ler no bonde, do argentino Oliverio Girondo (Editora 34, 2014).
Uma antologia bilíngue de seus poemas, com tradução para o espanhol de Mario Cámara e Paloma Vidal, saiu na Argentina sob o título Feliz con mis orejas (Lux/Grumo, 2016). De 2010 a 2019 foi colunista da revista São Paulo, do jornal Folha de S. Paulo, onde publicava quinzenalmente crônicas e poemas.
Andréa del Fuego es una escritora brasileña nacida en São Paulo en 1975. Formada en filosofía en la Universidad de São Paulo (USP), cursa actualmente una maestría en filosofía, en el área de estética, desde donde investiga la obra de Raduán Nassar en una aproximación a la Fenomenología de la Percepción de Maurice Merleau-Ponty.
Autora de siete libros de ficción, entre ellos la novela Os Malaquias (Los Malaquías), obra vencedora del Premio José Saramago cuyos derechos fueron vendidos a Israel, Francia, Argentina, Italia, Croacia, Suecia, Rumania, Alemania y Portugal.
Fue columnista del programa Entrelinhas (Entre líneas) de TV Cultura, colaboró con las revistas Pesquisa FAPESP, Revista do Núcleo Interdisciplinar do Imaginário e Memória da USP, y EntreClássicos, entre otras.
Recibió por parte de la Secretaría de Estado de la Cultura de São Paulo la Beca de Incentivo a la Creación Literaria, con la cual escribió y publicó la obra Engano seu. Fue ganadora del 2º Literatura para Todos, Premio concedido por el Ministerio de Educación, con la novela corta Sofia, o cobrador e o motorista (Sofía, el cobrador y el chofer). Su novela juvenil Sociedade da caveira de cristal (Sociedad de la calavera de cristal) fue seleccionada para el PNBE 2009, el programa nacional de bibliotecas escolares, y para el Programa Apoyo al Saber 2012, ambos con un cálculo estimado de millones de lectores. Escribió la novela As miniaturas (Las miniaturas) con la beca de creación literaria del Programa Petrobrás Cultural, y vendió los derechos a Argentina, Francia y Portugal.
Fragmento de la novela Os Malaquias
30
Dos días para salir; en tres, el agua llegaría para hacer del valle un lago, la reserva de luz eléctrica. Más de la mitad del valle se había mudado ya.
—Quisiera saber cómo hace el agua para encender una bombilla— especulaba Timoteo.
—La cosa ahora es dormir, que mañana llevamos el resto de las cosas para la ciudad— ordenó Tizica.
A María se le habían calmado los mareos con una infusión de toronjil. Nico lió el último cigarrillo del día; después se iría a la cama. Antonio se lavaba los pies en la despensa. La ventana abierta para que el viento refrescara el cuarto, día caliente, la casa un horno.
Eneido, todavía vecino de Nico, no hizo nada, no haría nada. La mujer ya estaba en la ciudad con las hijas, la mamá y la suegra. Eneido dudaba de la represa: nada podría surgir de repente sin que no hubiera ya surgido antes; la represa no iba a suceder porque nunca había existido. Se acostó con el rosario enrollado en la pata de la cama.
Antonio puso las manos debajo del cuerpo; Geraldina, debajo del armario. El valle dormía. El agua venía caudalosa, fuerza de motor, barriendo el suelo, los nidos de comején, arbustos secos, algunos caballos le corrían.
Nico despertó con el gallo fuera de hora. Salió alumbrando la noche con vela, avistó un brillo que se mecía, cristalino, la luna estaba cubierta. Ese molusco, pulpo con todos sus tentáculos en dirección a las casas, la presa, llegaba al valle.
Despertó a María y Antonio, salieron con lo que llevaban puesto. Por la carretera de tierra solo caminaban los tres.
—Es solo subir, no hay que llegar al alto. Voy a pasar por la casa de Tizica, para llamar a Timoteo— dijo Nico.
—No, vamos a subir y tú vienes con nosotros —respondió María.
A Antonio le daba vergüenza llorar; igual, lloró; un llanto menudo, quieto.
—¿El agua le llegará también a Julia? —preguntó Antonio.
—Julia está en casa, segura —respondió Nico.
María estaba tranquila en un milagro hormonal. Antonio era el último de la fila de tres por el dorso de la Serra Morena. Además de Eneido, algunos habitantes también resistían. Tenían el sueño del mar; a pesar de las aves, de los puercos y de los perros agitados, nada los despertaba del descanso. Como si un propósito anterior los arrullara.
Eneido despertó, abrió los ojos de repente. Fue a la ventana y vio el valle volviéndose cuenca. Y era corriente y helada, sintió el fluido en las canillas.
Geraldina se quedó en la casa. Antonio ni cuenta se dio de que el cuerpo estaba más liviano aunque la situación lo pusiera entre la urgencia de migrar y el temor a la desgracia. Geraldina, por una compatibilidad inusitada, quedó cuajada con la humedad del aire, hecho polvo soluble a la espera del líquido que lo haga tener otro estado.
Algunas familias comenzaban a despertar; el agua por el borde de los lavaderos, mojando los brazos de los que estaban en cama. La oscuridad, mojando fósforos, velas, tumbando el querosene. Eneido se sentó en el porche, con el agua por las rodillas. Ahí nadar, solo nadaba Geraldo, quien rápido se calzó las botas dentro del cuarto; la oficina de la hacienda quedaba en un plano más alto.
El agua fue reventando obstáculos, una avalancha histérica. El muro de agua tumbó cercas, las que tenían óxido y polilla en la madera. Algunos corrían por la carretera viendo la casa inundarse, el agua llenando los cuartos como vaso bajo la llave. Eneido subió al tejado, se sentó, vio cómo un plato verde era cubierto por una miel oscura, el brillo viscoso de la presa formándose en la noche.
Una familia se paralizó ante la inundación, no salieron de la casa, en silencio se dejaron ahogar. Temor reverencial a lo natural, aceptaron el destino del progreso, convertidos ellos en cordero sacrificial. Una parálisis triunfal, inyección de morfina, sin dolor, callados.
En lo alto de la Serra Morena, Nico, María y Antonio. En el tejado de la casa, Eneido. Nadie más.
Antes del alba el agua había cambiado el tacto de las cosas. Un viento bajo la represa que la superficie disfrazaba, el suelo soltando aire, las plantas quedando de lado, sucedían peces.
Geraldina se fue deformando debajo del agua, hecha un collar yaciendo en el fondo del mar, la estructura hilvanada se fue soltando. Partes salieron vagando por cambios de temperatura, algunas salieron de la casa, subieron a flor del lago. Un pedacito fue a parar debajo del asiento, cada parte un tentáculo sin un centro; una cabeza, un córtex. Ahora era un hormiguero sin reina, las obreras obedeciendo la ley común. El total de todas las cuentas formaba el collar, independiente del punto en que cada cosa fuese a parar. La dispersión no tenía fin, mientras más lejos estaba una parte de otra, más distante el pensamiento. Una fórmula con su principio activo atenuado.
El lodo se formó rápido dentro de la casa. El que había en el filtro para beber se mezcló al resto, al desagüe, los pozos, la leche de las jarras.
Geraldo logró arrancar a Tizica de dentro del cuarto y salieron rumbo a la ciudad a caballo, Timoteo iba junto. Tizica y Timoteo durmieron en la casa recién comprada y Geraldo volvió a Serra Morena, a ver en la claridad lo que fue del valle. Saliendo de la carretera y tomando la estrecha línea de tierra, fue pasando por cercas que ahora protegían al espejo líquido. Las divisiones de tierras desaparecieron, un obelisco salía del espejo, el techo ávido de la capilla apuntaba al norte, aguja de la brújula. A todo se lo comió el agua; al demorar en el lecho, la tierra masticaría cosa por cosa. Encontró a Nico en la línea, mirando la aguja de la brújula.
—Dónde están los demás?
—‘Tan en la casa, dio tiempo.
Los dos se emparejaron, Geraldo se apeó del animal y puso el sombrero en el pecho, velando el cuerpo, el recuerdo y la madre que perdió con el túmulo. El luto rompió la bolsa de otra gestación, la pared celular de una cuenta estalló, que hizo a las demás romperse donde estuviesen. Geraldina perdió la definición. Geraldo se vio niño corriendo donde era monte, palpando nidos de pájaro hornero, metiendo la mano hasta quebrar la entrada ondulada.
Todas las mínimas partes de la madre se unieron a la fórmula del agua. Geraldina era elemento de la represa, pero tenía propiedades como toda sustancia. Más allá de las márgenes de Serra Morena, el agua no era más que el agua del mundo y ella podría volver a agruparse. En la represa Geraldina era un veneno que, de tan diluido, tendría un efecto improbable.
Del Fuego, Andréa
Os Malaquias
Brasil: Lingua Geral, 2010
Andréa del Fuego é escritora brasileira, nascida em São Paulo, em 1975. Formada em Filosofia pela Universidade de São Paulo (USP), atualmente cursa Mestrado em Filosofia na área de estética, onde investiga a obra de Raduan Nassar numa aproximação com a Fenomenologia da Percepção de Maurice Merleau-Ponty.
Autora de sete livros de ficção, entre eles o romance Os Malaquias, obra vencedora do Prêmio José Saramago cujos direitos foram vendidos para Israel, França, Argentina, Itália, Croácia, Suécia, Romênia, Alemanha e Portugal.
Foi colunista do programa de literatura Entrelinhas da TV Cultura, colaborou com as revistas Pesquisa FAPESP, Revista do Núcleo Interdisciplinar do Imaginário e Memória da USP, EntreClássicos, entre outras.
Recebeu da Secretaria de Estado da Cultura de São Paulo a Bolsa de Incentivo à Criação Literária, com a qual escreveu e publicou a obra Engano seu. É vencedora do 2° Literatura Para Todos, prêmio concedido pelo Ministério da Educação com a novela Sofia, o cobrador e o motorista. Seu romance juvenil Sociedade da caveira de cristal foi selecionado para o PNBE 2009 e para o Programa Apoio ao Saber 2012, ambos com estimativa de milhões de leitores. Escreveu o romance As Miniaturas com bolsa de criação literária do Programa Petrobrás Cultural, com direitos vendidos na Argentina, França e Portugal.
Marcelino Juvêncio Freire nació en Sertânia, Pernambuco, Brasil, en 1967. Se presentó en diciembre de 2013 en la FIL de Guadalajara como parte del programa Destinação Brasil, en donde expuso de sí mismo:
“No sabría vivir sin literatura. Soy un cobarde. Sólo tengo valor cuando escribo. Es cuando me lleno más de rabia. Mis palabras se vuelven armas. Escriba ahí. Quiero a México. Sin nunca haber pisado México. Mi literatura tiene mucho de México. El colorido. El grito. La muerte. El pueblo. Las fronteras de allá son fronteras de acá. El mexicano es nordestino. Terco. Yo sé. Escriba ahí. Escriba que yo firmo abajo. Por nosotros. Por mí.”
En su estado natal, publicó de forma independiente AcRústico (1995) y EraOdito (1998). Posteriormente, el crítico João Alexandre Barbosa lo recomienda a Ateliê Editorial, en donde publicaría las antologías de cuentos Angu de Sangue (2000) y BaléRalé (2003). En Record Editorial vieron luz Contos Negreiros (2005), libro ganador del Premio Jabuti 2006, y RASIF – Mar que Arrebenta (2008).
Su labor como “agitado(r) cultural” —como él mismo se denomina— es amplia. En 2002 idealizó y editó la Coleção 5 Minutinhos, inaugurando con ella el sello editorial eraOdito editOra.
Desde 2003 se desempeña como editor de la revista PS:SP y desde 2006 dirige la Balada Literaria, evento que reúne a autores brasileños y extranjeros en el barrio paulistano de Vila Madalena. Igualmente, es integrante del colectivo artístico-independiente EDITH, con el que ha publicado su más reciente libro de cuentos: Amar é crime (2011).
En 2013 fue publicada su primera novela, que lleva como título Nossos ossos, bajo el sello de Record. Marcelino Freire ha sido considerado como uno de los autores más relevantes de la literatura brasileña actual y sus cuentos han aparecido en diversas antologías de narrativa, tanto en Brasil como en el exterior, destacándose Geração 90 (2001) e Os Transgressores (2003).Su más reciente libro publicado es Bagageiro de 2018, una compilación de ensayos. Actualmente, dedica gran parte de su tiempo a la difusión cultural y a impartir talleres de narrativa.
CANTO II
EL SOLAR DE LOS PRÍNCIPES
Cuatro negros y una negra se detienen frente al edificio.
El primer mensaje del portero fue: “¡Dios mío!” El segundo: “¿Qué es lo que quieren?” o “¿A qué departamento?” o “¿Por qué no han arreglado el elevador de servicio?”
“Estamos haciendo una película”, respondemos.
Carolina dijo: “Es un documental”. Quién sabe lo que es eso, quién sabe, no sé. Enseñamos la identificación de cada uno y listo.
“Estamos filmando”
¿Filmando? Así le hacen los ladrones cuando quieren secuestrar. Acompañan el día a día, las costumbres, las horas en que la víctima sale a trabajar. En el edificio hay gerentes de banco, doctores, abogados. Menos el administrador. El administrador nunca está.
–– ¿De dónde son?
–– Del Cerro del Pavón.
–– Venimos a grabar un largometraje.
–– ¿Un metra qué…?
Ametralladora, cañón largo, granada, los negros armados hasta los dientes. ¿No lo dije? Voy a correr. El nordestino es hombre. ¿El portero es hombre o no es hombre? Carolina comenta: “La idea es entrar a un departamento del edificio, de sopetón, y filmar, hacerle una entrevista al dueño”.
El portero: “¿Entrar a un departamento?”
El portero: “No”.
El pensamiento: “Estoy jodido”.
La idea fue mía, lo confieso. Ellos se la pasan subiendo al cerro para hacer películas. Nosotros abrimos nuestras puertas, mostramos nuestras estufas, mierda.
Fue así: compré una cámara de tercera mano, nos pusimos de acuerdo, ensayamos varios días. Imágenes exclusivas, tomadas de la vida de la clase media.
Carolina: “Querido, por favor, mi amor”. Carolina enseñó el micrófono, de lejos. Enseñó el color de su bilé. No lo sé.
¿Me voy a llevar un vergazo con el micrófono? El micrófono nos lo prestó el padrino del santo, el que nos patrocinó.
El portero apretó el apartamento 101, 102, 108. Le fue picando a todos los pisos. Estoy siendo asaltado, presionado, llamen al 060, quién sabe.
El chiste era que nadie fuera avisado. Se pierde la espontaneidad del momento. Era para que el condómino hablara sobre cómo es vivir con carros en el garaje, saldo en el banco, alberca, computadora con Internet. Éxito y dinero. Festival de Brasilia. Festival de Gramado. Era para pasar la película en la escuela, en el salón de fiestas del edificio también.
No.
No sólo escuchamos samba. No sólo escuchamos tiros. Ese portero no parece negro, dejándonos presos acá afuera. El cerro está allá, abierto las 24 horas.
Les damos la bienvenida con los brazos abiertos. Los cabrones entran, tocan nuestro pasado. Nos abrimos como pajarito manso. Nos desahogamos como papagayo. Cantamos, nos bamboleamos. Les ofrecemos de nuestra Coca-Cola.
No nos quiere dejar grabar el pinche portero. Qué chingadera. Domingo, hoy es domingo. Sólo queremos saber cómo almuerza la familia. Si hacen la misma cosa que nosotros. Plato, feijoada, servilleta. Carajo, no es necesario el administrador. Escuche, nada más. Vamos a sacar la cámara de la funda. Le demostramos que venimos en son de paz, que sólo queremos mejorar, así, nuestro cartel. Hacer cine. Cine. Mire a Fernanda Montenegro, casi gana el Oscar.
–– Fernanda Montenegro, no. Aquí no vive.
Y avisó: “Voy a llamar a la patrulla”.
A nadie le gusta la policía. No queremos ese tipo de noticia. El proyecto fue hecho con un chingo de sacrificio. Nicholson no fue a vender churros. Carolina ya no fue al antro. Y yo dejé a mi esposa, a mi perra y a mi hijo. No es largo, es uno corto. La alegría del pobre es dura. Filma. ¿Qué? Di la orden: ¡Que filmes!
Empezamos a filmar todo. Algunos vecinos con la jeta puesta en la calle. El tránsito que transita. La sirena que patrulla. ¿Eh? La sirena de la policía. Toda película debe tener sirena de policía. Y tiros. Muchos tiros.
En cámara violenta. Puta, Johnattan brincó el portón de hierro fundido. El portero se encerró en el vidrio. Asustado. Apareció gente de todo tipo. Y la idea no era esa. Tuvimos que improvisar.
No hay problema, todo bien.
A la hora de la edición lo mandamos cortar.
Traducción de Armando Escobar
Freire, Marcelino
Cuentos negreros, México:
Librosampleados, 2016
Marcelino Juvêncio Freire nasceu em Sertânia, Pernambuco, Brasil, em 1967. Já se apresentou em dezembro de 2013 na FIL de Guadalajara, como parte do projeto Destinação Brasil, onde disse, falando sobre si mesmo:
“Não saberia viver sem a literatura. Sou um covarde. Só tenho coragem quando escrevo. É quando fico com mais raiva. Minhas palavras se tornam armas. Escreva aí. Gosto do México. Isso sem nunca ter pisado no México. Minha literatura tem muito do México. O colorido. O grito. A morte. O povo. As fronteiras de lá são as fronteiras daqui. O mexicano é nordestino. Teimoso. Eu sei. Escreva aí. Escreva que eu assino embaixo. Por nós. Por mim.”
No seu estado natal, Pernambuco, publicou de forma independente AcRústico (1995) e EraOdito (1998). Posteriormente o crítico João Alexandre Barbosa o recomendou à Editora Ateliê Editorial, com a qual publicaria as antologias de contos Angu de Sangue (2000) e BaléRalé (2003). Na Record Editorial vieram à luz Contos Negreiros (2005), livro ganhador do Prêmio Jabuti 2006, e RASIF – Mar que Arrebenta (2008).
Seu trabalho como “agitado(r) cultural” - como ele mesmo se denomina - é amplo. Em 2002 idealizou e editou a Coleção 5 Minutinhos, inaugurando con ela o selo editorial eraOdito editOra.
Desde 2003 é editor da revista PS:SP e desde 2006 dirige a Balada Literária, evento que reúne autores brasileiros e estrangeiros no bairro paulistano de Vila Madalena. É um dos integrantes do coletivo artístico independente EDITH, com quem publicou seu último livro de contos Amar é crime (2011).
Em 2013 publicou o primeiro romance, intitulado Nossos ossos, sob o selo da Record. Marcelino Freire é considerado como um dos autores mais relevantes da literatura brasileira atual e seus contos aparecem em diversas antologias de narrativa, tanto no Brasil como no exterior, destacando-se Geração 90 (2001) e Os Transgressores (2003). Seu último livro publicado é Bagageiro, de 2018, uma compilação de ensaios. Atualmente dedica grande parte do seu tempo à disseminação da cultura e a coordenar oficinas de narrativa.
Jacques Fux es autor de las novelas Antiterapias (Scriptum, 2012) y Textofilia, (Scriptum, 2019); ganador del Premio São Paulo de Literatura 2013 con Brochadas: confissões sexuais de um joven escritor (Mujeres impotentes: confesiones sexuales de un joven escritor, Rocco, 2015); Premio Nacional Ciudad de Belo Horizonte 2014 con Meshugá: um romance sobre a loucura (Meshugá: una novela sobre la locura, José Olympio, 2016); ganador del Premio Manáus de Literatura 2016; y Nobel (José Olympio, 2018).
Es, asimismo, autor de los ensayos Literatura e Matemática: Jorge Luis Borges, Georges Perec e o OULIPO (Literatura y matemática: Jorge Luis Borges, Georges Perec y el OULIPO, Perspectiva, 2016); ganador del Premio Capes por la mejor tesis de Brasil en letras/lingüística 2011; y finalista del Premio APCA 2016 con Georges Perec: a psicanálise nos jogos e traumas de uma criança de guerra (Georges Perec: el psicoanálisis en los juegos y traumas de un niño de guerra, Relicario, 2019); y del libro infanto-juvenil O enigma do Infinito (El enigma del infinito, Positivo, 2019), finalista del Premio Barco a Vapor 2016.
En 2017 fue uno de los invitados de la programación principal de la FLIP —Fiesta Literaria Internacional de Paratí. Sus libros han sido publicados en italiano: Sulla Follia Ebraica (Editora Giuntina), español: Antiterapias (Editora Textofilia), y hebreo: Antiterapias (Editora Carmel) en 2019.
Tiene formación matemática, es máster en ciencia de la computación, doctor en literatura comparada por la Universidad Federal de Minas Gerais, UFMG, y doctor en Langue, Littérature et Civilisation Françaises por la Universidad de Lille 3, Francia. Posdoctorado en teoría literaria por la Universidad de Campinas, UNICAMP, la UFMG y el Centro Federal de Educación Tecnológica de Minas Gerais, CEFETMG. Investigador en la Universidad de Harvard (2012-2014); conferencista invitado en el Instituto Tecnológico de Massachussets (MIT), y en las universidades de Harvard, Cornell, Boston, Wellesley College, Estocolmo, y la Sorbona. Fue escritor residente en la Ledig House en Nueva York.
Fragmento del libro Antiterapias
Malditos nazis. Eichmann. Bormann. Argentina. Brasil. Ahora todo tiene sentido. Todo encaja. Yo era un niño normal. Normal, con todas las peculiaridades de un niño judío que vivía en los guetos modernos. Tenía mi madre y mi padre judíos, mis amigos judíos, mis parientes judíos, mi escuela judía, el club judío y, en aquella época, hasta pensaba que el Show de Xuxa era un programa kasher. Había muchos úteros protegiéndome. El primero de ellos conseguí romperlo – como todo el mundo –, a duras penas. Siento que después de salir de aquel lugar calentito, húmedo, cómodo y seguro –todavía lo busco siempre–, me dieron mi primera patada en el culo. En realidad, años después, veo que sólo fue un azote en el culo al estilo de Miguel Ángel, ya que yo era una ópera-prima que debería parlare. Mamá después me dio cariño, afecto, protección y mucha leche. No necesitaba ni llorar. Tenía todo. Así, no sufrí tanto con ese primer puntapié. Una semana después cortaron mi prepucio. Brit-milá, mi pacto con el pueblo escogido y mi inmunidad en relación a la malvada Lilith. Si es que Dios y Lilith existen. ¿O será que la circuncisión se realiza para que se tenga la certeza de estar siempre incompleto? Aquí la incompletud ya es física, no hay nada más que hacer. Nunca oí hablar de implante de prepucio. Y nunca oí hablar de nadie que lo desease. La verdad es que debe haber dolido mucho. Debo haberme asustado mucho con aquel montón de gente comiendo y bebiendo gratis –donde hay comida y bebida gratis y dolor ajeno, hay judíos de sobra, principalmente aquellos parientes que sólo aparecieron en mi brit-milá y en mi bar-mitzvá –. Me observaban a mí y a mi pito original. Tan pequeñitos nosotros dos… por lo menos uno de ellos creció –y no fue mucho–. E incluso me mojaron el pico con vino para engañarme. In vino veritas. Justo después, literalmente, me castraron. La castración, plagiando por anticipación las teorías freudianas, era de hecho la verdad. Algunos sicoanalistas extremistas consideran el rito del brit-milá como automutilación del pueblo judío y sería ésa una de las explicaciones para el antisemitismo. Yo no sé nada, pero desconfío de muchas cosas. No recuerdo nada. Aquí me insertaba en la Historia. En la Historia de Abraham y su pacto con Dios. En la literatura medieval judaica, con la invención de Lilith y de los dibouks. Mi propia historia comenzaba a copiar la literatura. Podía encontrar en mí los primeros síntomas de El lamento de Portnoy. Fascinante. Que la historia hubiese copiado la historia ya era suficientemente asombroso; que la historia copiase la literatura era inconcebible. Pero, incluso así, mi historia continuaba.
El otro útero que siempre me protegió – este sí, omnisciente, omnipresente y omnipotente– eran Mamá y Papá, las personas más inolvidables que conocí en la vida. Debían ser un útero hecho de aquel material del cual sólo la caja negra de los aviones está fabricada. Todo sabían, todo podían, todo pensaban y creo que eran capaces hasta de adivinar mis pensamientos, los más íntimos, incluso sin conocimiento de la Cábala y su debida manipulación de las letras sagradas. ¿Serían mis padres seguidores de Tzinacan y conocerían la Escritura de Dios? ¿Serían personajes literarios? ¿Fantasía? ¿Realidad? ¿Realismo mágico?
Incluso otro útero me protegía. O debería protegerme. Era mucho más grande, más amedrentador y compartido con muchas otras personas: la escuela judaica. Todos los alumnos eran judíos y parcialmente gemelos, ya que tenían creaciones semejantes. Yo vivía en una protección siempre exagerada y tenía ese sentimiento de ser el escogido y el especial. ¿Seremos todos así cuando somos niños o solo los jóvenes judíos? Las relaciones de Stephen Dedalus y su colegio eran justamente lo opuesto de mi relación con mi colegio. Pero ambos nos convertiríamos en artistas –tal vez–. Mi escuela era inmensa con sus treinta y cinco alumnos. Era la extensión de mi hogar. Las profesoras y los directores eran versiones de mamá. Se preocupaban por todos nosotros. En mi clase había poco más de cuatro alumnos y, entre ellos, una niña. Una dulce niña. Linda. Un ser extraño para mí. Que despertaba mi interés. Curiosidad. ¿Amor por el diferente? Y a pesar de la enorme protección y cariño que el colegio nos ofrecía yo necesitaba más. Mi padrón de comparación era lo maternal. Que era inmenso. Entonces debía buscar todavía más conforto sentimental. Más protección, seguridad, cariño y afecto. Así los descubrí en mis amigos judíos que se volvieron mis hermanos para toda la vida. Compañeros de una larga y fructífera jornada.
Cuando eres un niño típicamente normal, todos esperan de ti un futuro simplemente brillante. El más brillante de todos. Fácil, básico y genial. Tenía que decidir todavía muy joven lo que haría para volverme un hombre de éxito, inteligente, rico y aclamado a los dieciocho años. Sí, para un niño de cuatro o cinco años, imaginarse con dieciocho años es imaginarse adulto, completo, feliz, resuelto, con familia, dinero, coches, poses, títulos, premios, hijos, libros, cultura, ocio, viajes. Ufff. Lo elemental, nada más. Por tanto, bien joven, tomé la decisión de mi vida. Aquélla que casi no cambiaría con el pasar de los años. Una decisión banal, directa y fácil de alcanzar: sería astrofísico y ganaría rápidamente el premio Nobel. Lógicamente no adelantaría mucho sólo con estudiar las matemáticas más complejas aplicadas a los conocimientos físicos más distantes, abstractos e imaginativos. Tenía que recibir el premio institucional para eso. Nada de Jabuti, de Pulitzer y ese tipo de basuras. Era el Nobel de regalo para mamá, papá y todos aquellos que habían contribuido para que yo alcanzase ese objetivo ya planeado. La vista sigue los caminos que le fueron preparados en la obra. Ensayé varias veces mi discurso de recibimiento del Nobel. Mis agradecimientos. Mi dedicatoria. Mi humildad para conseguir tamaña proeza. Ya estaba todo listo. Sólo faltaban algunos pormenores. Así, mi historia y la de mi familia se asemejaban a la literatura y a las muchas historias judaicas. Tenía que ser genial como Alexander Portnoy, estaba lejos de ser un genio. Pero era una persona de muchas cualidades. Un hombre con cualidades simples y con mucha sensibilidad. Mi vida y mi familia, a pesar de especiales, no eran únicas. Otras vidas y otras literaturas fatalmente habían sido como la mía. ¿Será por eso que hablo y falseo aquí mi vida y mi literatura? ¿Soy o no soy especial? ¿Somos todos escogidos? ¿Escogemos nuestros caminos? Je m’en fou. Sigo viviendo, escribiendo, rememorando e inventando. Y siendo normal.
Traducción de Rafael Climent-Espino
Fux, Jacques
Antiterapias
México: Textofilia, 2019
Jacques Fux é autor dos romances Antiterapias (Scriptum, 2012 e Textofilia, 2019), vencedor do Prêmio São Paulo de Literatura 2013; Brochadas: confissões sexuais de um jovem escritor (Rocco, 2015), Prêmio Nacional Cidade de Belo Horizonte 2014, Meshugá: um romance sobre a loucura (José Olympio, 2016), vencedor do Prêmio Manaus de Literatura 2016; e Nobel (José Olympio, 2018).
Também é autor dos ensaios Literatura e Matemática: Jorge Luis Borges, Georges Perec e o OULIPO (Perspectiva, 2016), vencedor do Prêmio Capes pela melhor tese do Brasil em Letras/ Linguística 2011 e finalista do Prêmio APCA 2016; Georges Perec: a psicanálise nos jogos e traumas de uma criança de guerra (Relicário, 2019) e do livro infantil/juvenil O Enigma do Infinito (Positivo, 2019), finalista do Prêmio Barco a Vapor 2016.
Em 2017 fue uno de los invitados a la programación principal de FLIP – Fiesta Literaria de Paraty. Sus libros han sido publicados em italiano – Sulla Follia Ebraica (Editora Giuntina), Español - Antiterapias (Editora Textofilia) y Hebreo - Antiterapias (Editora Carmel) en 2019.
É formado em Matemática, mestre em Ciência da Computação, doutor em Literatura Comparada pela UFMG e Docteur em Langue, Littérature et Civilisation Françaises pela Université de Lille 3, França. Pós-doutor em Teoria Literária pela UNICAMP, UFMG e CEFETMG e pesquisador na Universidade de Harvard (2012-2014). Invited Speaker em Harvard, MIT, Cornell, Boston University, Wellesley College, Stockholm University, Sorbonne. Foi escritor residente na Ledig House em New York.
Gustavo Pacheco nació en Rio de Janeiro en 1972. Es doctor en antropología y diplomático, ha trabajado en Buenos Aires, México DF y Brasília, donde vive actualmente.
Convencido de la necesidad de acercar Brasil al resto de América Latina, tradujo para el portugués obras de Roberto Arlt, Julio Ramón Ribeyro y Patricio Pron. Convencido de la necesidad de acercar Brasil a Portugal, es codirector (con Pedro Mexia) de la revista Granta en lengua portuguesa, editada y distribuida en ambos países.
Es columnista de la revista Época y colaborador de diversos medios como Revista Quatro Cinco Um, Suplemento Pernambuco y Folha de S. Paulo.
Como escritor, busca provocar por lo menos una fracción de los placeres y perturbaciones que suele sentir como lector. Así fue como encontró historias como las de Li Xun, el burócrata especialista en reencarnación, Julia Pastrana, la mujer más fea del mundo, y Thomas Manning, el taxidermista que detesta computadoras. Esas y otras historias están en su primer libro de cuentos, Alguns humanos (editorial Tinta da China, 2018), publicado en Brasil y en Portugal, ganador del Premio Clarice Lispector de la Fundação Biblioteca Nacional de Brasil.
Cuento “Zakaly”, incluido en el libro Alguns humanos
El hombre tiene la cara picada por la viruela. Habla en voz baja y tiene un acento raro, pero de todas formas Zakaly entiende lo que quiere decir: nos van a comer. Comprimido entre los adultos, Zakaly escucha al hombre contar lo que entreoyó: en cuanto desembarquen, estará todo listo. Preparan una gran fiesta para su gobernador. Y el platillo principal somos nosotros.
Entonces es cierto, piensa Zakaly. Las historias corren de boca en boca, los detalles varían, pero los personajes siempre son los mismos: seres siniestros, con pelo largo y cara roja, que se deleitan comiendo carne humana. Algunos dicen que nos asan a las brasas, otros que nos cuecen en calderos. Muchos dicen que lo que más les gusta son los niños, porque su carne es más tierna. Zakaly se palpa, imaginando a qué sabrán sus brazos, su barriga, sus piernas.
Los adultos, nerviosos, le preguntan al hombre: ¿pero, estás seguro? El hombre, grave, asiente. Es esclavo de los blancos desde hace casi dos años, comprende su lengua. Dos veces vio a los blancos comer gente en grandes banquetes, y ni viviendo diez mil años podría olvidar aquello. Ignora por qué lo han dejado vivir tanto tiempo, pero sabe que eso está por acabarse y no quiere morir devorado. Dice que hay pocos blancos en el barco, y que, si atacamos por sorpresa y tenemos suerte, podremos matarlos a todos.
¿Matarlos a todos? ¿Y después qué hacemos?, pregunta uno de los adultos. ¿Quién va a gobernar este barco en este río inmenso, al que no se le ven las orillas? El hombre responde que conoce los rudimentos del arte de dirigir el barco de los blancos, y que cree que, con ayuda de los demás, podrá llevarlo a tierra firme. Peor, dice el hombre, es no hacer nada. Eso sí es muerte segura.
Zakaly rechina los dientes y siente que su corazón se acelera. Piensa en todas las veces que vio a su padre y a sus tíos volver de la caza e imaginó con miedo y deseo el día en que él mismo tendría que probar su valor. Pero antes de que ese día llegara, incluso antes de que lo llevaran con otros niños de su edad a la ceremonia de los terribles espíritus del bosque, cayó cautivo y tuvo que caminar trescientos kilómetros hasta llegar, más muerto que vivo, a un corral rodeado de empalizadas, a orillas del río Cuacua, cerca de la villa de Quelimane, en el África Oriental Portuguesa. Veinticinco kilómetros río abajo, anclado frente a la desembocadura del río, el bergantín Justiça, de bandera brasileña, esperaba pacientemente a Zakaly y a otros quinientos veintisiete hombres, mujeres y niños.
La muerte no tiene dueño, dicen los más viejos: es de todos. Y durante las semanas que siguieron al embarque murieron setenta y ocho personas aplastadas y asfixiadas en los sótanos abarrotados del barco, enfermas por la comida o por la falta de comida, o ahogadas luego de arrojarse a las aguas del Océano Índico. Zakaly mira a los que quedan, amontonados y débiles, y no puede imaginar a ese ejército de espectros gobernando el barco. Pero los más viejos también dicen que la serpiente sube a los árboles, aunque no tiene pies...
¿Me van a matar antes de comerme o me van a echar vivo al caldero, como los cangrejos que mi madre lanzaba al agua hirviendo? ¿Me sangrarán antes de comerme, como un puerco, para teñir la ropa de rojo con mi sangre, como me aseguró ese viejo en Quelimane? Zakaly no está seguro. Ninguno de los adultos está seguro. Los días pasan y los rumores y especulaciones aumentan y ocupan el espacio, a tal punto que los sótanos del barco, ya de por sí pequeños, parecen estrecharse aún más.
Ya estamos muy cerca de la costa, ¿ven esas plantas que flotan? Mañana o pasado vamos a avistar la tierra, dice el hombre con las cicatrices de viruela. Tenemos que atacar cuando suban a los hombres al combés para bañarlos: tal vez no haya otra oportunidad. Los adultos se miran entre sí, algunos todavía renuentes a aceptar el liderazgo inevitable del cacarizo, otros decididos, muchos confusos, todos cansados y temerosos. Zakaly piensa que ni siquiera enfrentar a los espíritus del bosque puede ser peor que lo que vive ahora, hundido en el pánico y ante la inminencia de la muerte, por no hablar del agua podrida y de las erupciones blancuzcas que le cubren los brazos y piernas y le dan mucha comezón.
Al día siguiente, la muerte es también de los blancos. La rebelión revienta en el combés cuando uno de los esclavos toma un trozo de leña y golpea en la cabeza a uno de los tripulantes, esparciendo su sangre. En cuestión de segundos, la furia se extiende. Uno de los esclavos logra abrir una de las trampillas y un enjambre de personas invade el combés. En el combate que sigue, la superioridad numérica de los esclavos acaba por prevalecer sobre las armas de fuego. En poco tiempo, más tripulantes son asesinados o arrojados vivos al mar. Cuando todo acaba, Zakaly respira hondo, mira el combés manchado de sangre y piensa: así debe ser una partida de caza; el miedo derrotado por la necesidad, un animal grande y fuerte vencido por un animal mucho menos imponente, pero que lucha con la iniciativa y la sorpresa a su favor.
Tras la rebelión, el caos se instaura en el barco. Mueren más hombres peleando por comida que luchando contra los blancos. A duras penas, el hombre de las cicatrices de viruela logra reunir a algunos de los más fuertes e imponer un orden precario. Dos días después, el barco encalla en un banco de arena frente a una playa.
Zakaly mira el matorral más allá de la playa y piensa que salió de una cárcel para entrar en otra. Se junta con algunos hombres y muchachos y se interna en el campo en busca de comida. Luego de cuatro días vagando hambriento sin saber a dónde llegar, Zakaly, agotado, casi agradece a los dioses cuando una patrulla de soldados se encuentra con su grupo. Los soldados los amarran entre sí con una cuerda larga. Después de dos días de caminata, llegan a una villa donde los lavan, alimentan y almacenan en una senzala al fondo de un viejo caserón.
Atisbando por entre las rejas de la senzala, Zakaly ve dos hombres que cargan barriles de excremento. Los oye platicar en una lengua muy parecida a la suya, llama a uno de ellos y el hombre se acerca, curioso. Zakaly le pregunta cuándo se lo van a comer. El hombre se ríe a carcajadas y le repite la pregunta a su compañero, hasta que un blanco le llama la atención y vuelve al trabajo.
Al día siguiente, el hombre vuelve y le hace plática. Dice que Zakaly y los que cayeron cautivos junto con él se quedarán algunas semanas más en la villa y luego se los llevarán al gran mercado de esclavos en Salvador. Dice que Zakaly todavía es pequeño, no tiene ni rastros de barba: probablemente lo comprarán para que trabaje como doméstico o asista a los comerciantes en la ciudad, lo cual es una suerte, pues el trabajo en los ingenios y en las plantaciones es mucho más pesado. Si trabaja duro y tiene suerte, tal vez hasta pueda ahorrar dinero para comprar su propia libertad. Zakaly llena al hombre de preguntas. Apenas está empezando a entender cómo va a ser su futuro.
Los días pasan y Zakaly se siente mejor y engorda. Le untan aceite en la piel y sus heridas empiezan a sanar. Empieza a hacerse a la idea de tener que trabajar durante el resto de su vida para los blancos. Mientras mira la luna a través de las rejas de la senzala, piensa que, por arduo que sea el trabajo, es mejor que morir dentro de un caldero.
La ciudad es una sorpresa para Zakaly, que nunca ha visto tantas casas juntas, ni casas tan altas como esos inmensos caserones de cuatro o cinco pisos. Pero lo que más le llama la atención es la multitud que ocupa las calles y callejones inmundos de la ciudad. Para su sorpresa, los blancos son minoría.
En el mercado de la ciudad baja, posibles compradores examinan a Zakaly. Finalmente lo compra un hombre gordo, de barba densa y oscura, que lo palpa como un carnicero evaluando a un novillo.
El barbón se lo lleva a su casa, una quinta inmensa fuera de la ciudad. Hay muchos esclavos, pero ninguno habla la lengua de Zakaly. Los esclavos le muestran el barracón donde viven. La comida (puré de yuca con pedazos de carne seca) es sorprendentemente buena y abundante. Hace meses que Zakaly no come así. Por la noche, con la barriga llena, duerme encogido sobre una estera, en el piso de tierra apisonada del barracón.
Al día siguiente ponen a Zakaly a trabajar en la cocina. Por el movimiento, entiende que llegó en plena preparación de una fiesta. Doce esclavos se relevan cocinando y arreglando el salón en cuyo centro hay una mesa de madera oscura en la que caben cómodamente veinte personas.
Un esclavo de pelo blanco lleva a Zakaly a un armario lleno de trastes de plata. Con gestos, el viejo le enseña a limpiar las piezas, lavándolas con jabón de coco y puliéndolas con un trapo. Mientras trabaja, Zakaly admira la cantidad y variedad de los platillos que pasan frente a él: dos puercos enteros, ocho gallinas, longanizas, chorizos, tartas, pasteles, frijoles con tocino, harina, frutas y verduras que nunca ha visto.
Exhausto tras el primer día de su nueva vida, Zakaly se queda dormido en pocos minutos. Esa noche sueña que vuelve a casa y su familia, que ya había perdido la esperanza de volver a verlo, lo recibe con inmensa alegría.
A la mañana siguiente, muy temprano, antes de despertar, Zakaly es abatido por otro esclavo, que le da dos golpes secos en la cabeza, y muere sin saber cómo se lo van a comer.
Traducción de Paula Abramo
Pacheco, Gustavo
Alguns humanos
Brasil: Tinta da China, 2018
Gustavo Pacheco nasceu no Rio de Janeiro em 1972. É doutor em antropologia e diplomata, tendo trabalhado em Buenos Aires, na Cidade do México e em Brasília, onde vive atualmente.
Convencido da necessidade de aproximar o Brasil do resto da América Latina, traduziu para o português obras de Roberto Arlt, Julio Ramón Ribeyro e Patricio Pron. Convencido da necessidade de aproximar o Brasil de Portugal, é codiretor (com Pedro Mexia) da revista Granta em língua portuguesa, editada e distribuída nos dois países.
É colunista da revista Época e colaborador de diversos jornais e revistas, como Revista Quatro Cinco Um, Suplemento Pernambuco e Folha de S. Paulo.
Como escritor, busca provocar pelo menos uma fração dos prazeres e perturbações que costuma sentir como leitor. Foi assim que encontrou histórias como as de Li Xun, o burocrata especialista em reencarnação, Julia Pastrana, a mulher mais feia do mundo, e Thomas Manning, o taxidermista que detesta computadores. Essas e outras histórias estão em seu primeiro livro de contos, Alguns humanos (editora Tinta da China, 2018), publicado no Brasil e em Portugal, vencedor do Prêmio Clarice Lispector da Fundação Biblioteca Nacional.
¿Las palabras son [una] parte de nuestro cuerpo? Es lo que me pregunto desde niña, cuando ya estaba enamorada de palabras mágicas, bendiciones, oráculos. Nací en 1990 y crecí en Diadema, en ese entonces la ciudad más violenta del Brasil. Yo veía que las palabras cambiaban el mundo. En la televisión. En las conversaciones. Desde pequeña aprendí: las cosas son lo que decimos de ellas.
¿Podemos transformar el mundo por las palabras?, pasé a preguntarme. No en los libros de la infancia ni en los diarios escritos en la adolescencia. Luego, cuando fui a la universidad, otra vez me sentí extranjera. Hablaban de otro Brasil. El mío era invisible.
Las cosas son lo que decimos de ellas, ¿puedo yo hablar también?
Decidí escribir y publicar. Antes escribía solo para mí, hechizos secretos, bendiciones para las crisis, oráculos. Estudié en la maestría la relación entre cuerpo, posesión y escritura. Hice un curso de dramaturgia, gané concursos. Hice un webdocumental. Gané becas de creación. Lancé un libro de poemas, escribí uno de cuentos. Buscaba, buscaba, encontré.
Poseída por la historia de mi familia, escribí mi primera novela, Desesterro (2015). Relaté consejos de familia que no había oído antes. Conté una historia de asombro, no sobre fantasmas sino sobre ser mujer en el Brasil profundo. Salí de una crisis bipolar con el libro en las manos. Fue mi primera investigación del cuerpo de la mujer como paisaje. De mi cuerpo como memoria.
Desesterro ganó algunos de los principales premios brasileños. Fui finalista en otros. Por cuenta de esa novela, figuré en la selección de Forbes Brasil de los menores de 30. Participé en eventos dentro y fuera del país.
Seguí con mi búsqueda de la relación entre las palabras y el cuerpo. Me puse a aprender con las historias tradicionales, los mitos orientales, las filosofías que no separan el dentro y el fuera. Busqué en el teatro, en lo sueños lúcidos, en el tarot, en las medicinas. Hago cursos, leo, vivo. Comparto (hasta en internet). Y fue en ese contexto en el que escribí Meu corpo ainda quente (Mi cuerpo aún caliente, a publicarse, apoyado por Itaú Cultural), la historia de una adolescente aprendiendo a vivir en un cuerpo prestado.
Busqué. Aún busco. Siempre estaré en la búsqueda. De la palabra que impacta al cuerpo. De la poesía que abre ventanas en los órganos.
Tres ojos, capítulo incluido en el libro Desesterro
En Villabuenita, allá por las franjas del norte, casi no hay perros fuera del de la abuela Penha. No es que esté prohibido, pero es que al Toño no le gusta la bulla de ellos todos latiendo cuando va llegando alguien. Al Toño no le gustan los latidos, carajo, nadie tiene por qué saber que él viene llegando, por eso todo lo que es perro lo mata a palos.
Él silba, el Toño. Llama al perro así bien de cerca. El animal vacila, baja la cola. El animal, no el Toño. El perro despacito se va muriendo. El Toño no, a él le gusta es oír el latido desparramado del perro en el suelo con tripa sangre hueso suspiro. No del perro, del Toño. Si bien antes del perro haberse muerto, bien poco antes, no se puede saber quién es el perro y quién Antonio.
Fátima está segura.
—Es el perro.
No es por nada que en Villabuenita solo la Penha tiene chucho. Late quieto, se levanta en la mañana con la tierra, solo aúlla dentro del viento. Penha sabe de qué es capaz Villabuenita; por eso enseñó también a las nietas a llevar la vida quietitas quietitas, dentro del silencio, escondidas. Disimula, María de Fátima, baja esos ojos, niña. No inventes, o vas a acabar espantando la vida. Por eso enseñó a las nietas. Ellas no tienen por qué pasar por lo que ella pasó.
La Penha sabe de lo que es capaz Villabuenita; vive en la ciudad hace tanto tiempo, Dios mío, hace demasiado tiempo. La Penha sabe, y por eso no afloja, no, el animal tiene que aprender a darle gusto; Penha no afloja, no, las nietas tienen que aprender. No es por nada que llaman loca a la Penha, no es por nada. Tanto tiempo en Villabuenita, desde el comienzo, demasiado tiempo viendo el pueblo, esa perra, comerse los cachorros que no sirven. Demasiado tiempo, Dios mío. Demasiado tiempo.
—¿Qué pasó, Fátima? ¿Viniste sola?
—El Toño ya viene llegando, abue.
—¿Vas a ir así para el retrato? ¿Sin zapatos?
—El día del bautizo me los prestan.
—¿Tu pelo estaba así, esa maraña de nudos enredados?
—Usted mandó a hacer trenza, ¿no se acuerda?
—Desordénalo un poco, anda. Era todo un solo ventarrón.
—Qué desconfianza tan boba, abuelita, que todo esté como el otro día.
—¿De qué tienes que acordarte hoy, Fátima? ¿La perra desaparecida?
—No sé, abuelita, pero el bautizo ya fue, no hay foto que vuelva.
—Quédate quieta, ave de mal agüero. Y no te metas con mis recuerdos.
En Villabuenita no había perros fuera del de la abuela Penha, no mientras Fátima vivía aún por allá. Veinte años no es tanto tiempo así, si uno se pone a pensar, pero perro es mata que da en cualquier tierra. El de la abuela rondaba todo alrededor, era hembra, tan flaca Dios mío tan flaca, roía los huesos de sus propias patas y se enterraba toda para que el viento no se la llevara. Solo se hacía junto a la dueña cuando la otra nieta de Penha —la niña ni nombre tiene, pobre— emparejaba la tierra con los pies, allá afuera, y no dejaba escarbar a nadie.
Con la barriga apoyada en el fregadero de la cocina, la abuela Penha se la pasaba arrastrando la cuchara en el fondo de la taza de peltre para no dejar duda ni grano de azúcar. La perra, envuelta en sus propios sueños, lamentaba el gañido de la plancha. La Penha miraba la nietita suya más chica, allá afuera, emparejando la tierra en el piso. El animal gemía quedito quedito, soñando huesos terribles, la cola insomne. La nieta de la Penha miraba el dibujo en el piso arrastrado, miraba el viento, miraba el viento, y, santo Dios, la niña veía mucho más que el viento. Doña Penha suelta la taza, el ruido despierta la perra se levanta la perra se echa, ahora con la cabeza entre las patas, los ojos desencajados. La niña nieta suya, manía extraña, mira la tierra el horizonte la polvareda para ver una gente que ni siquiera está allí.
Diantre de manía, mira a ver si por lo menos disimulas. ¿No has pensado qué pasaría si el fotógrafo llega más temprano y ve a la niña en esa desgracia? Desde pequeñita señalaba lejos y su mirar lleno de gente, sin tamaño, veía a leguas, caravanas, rebaños, el dedo oteando lo que no había, guarda ese dedo, anda, niña. Desde pequeñita… ¿qué es lo que no deja de mirar? Doña Penha patea la vasija, el ruido despierta al perro ya no está más ahí, carajo, ¿dónde fue a parar? Penha recoge la taza del suelo, sacudiendo la cabeza para despegar los pensamientos del fondo. Los granos de azúcar, todos tiñosos, es ahí cuando resuelven caer.
—¿Le dijiste al Toño que viniera sin dar rodeos?
—Le dejé la ropa del bautizo.
—¿Le contaste que es un retrato de familia?
—Le dije que haríamos todo como usted quisiera.
—Si tu hermana me oyera, mira, parece una lombriz.
—Deja de moverte tanto, niña, anda, o no vas a caber en la foto.
—Mira al fotógrafo, tonta. No me hagas pasar vergüenzas.
—Ella se queda así siempre que la perra se desaparece. Diantre, ¿no les dije ya que la perra hace su capricho
y vuelve?
—Yo sé, abuelita, esa niña no aprende.
—Luego va a llegar el Toño, ¿y si ella todavía no ha aprendido a estar lista?
Cuando la nieta más pequeña de la loca estaba recién nacida, toda Villabuenita aseguraba: es ciega. Es ciega, mire, tiene el ojito salido, ¿no ve? Parece que no fue incubada, quedó en huevo, pobre, con otro huevo al lado. Pero un médico a caballo dejó a Villabuenita con los ojos entornados: la niña ve bien, hasta más de la cuenta, repetía, y la loca de la Penha finge que no ve, porque en el fondo, ella y todo mundo sabe, la nieta ve todo, todito. Hasta lo que no debe
Traducción de Mercedes Guhl y Ramiro Arango
Smanioto, Sheyla
Desesterro
Brasil: Record, 2015
As palavras são uma parte do nosso Corpo? É o que me pergunto desde pequena, quando já era apaixonada por palavras mágicas, benzimentos, oráculos. Nasci em 1990 e cresci em Diadema, na época a cidade mais violenta do Brasil. Eu via as palavras mudarem o mundo. Na televisão. Nas conversas. Aprendi desde pequena: as coisas são o que a gente fala delas.
Podemos transformar o mundo pelas palavras? Eu passei a me perguntar. Não nos livros da infância nem nos diários da adolescência. Depois, quando fui para a universidade e mais uma vez me sentia estrangeira. Falavam de outro Brasil. O meu era invisível.
As coisas são o que a gente fala delas, eu posso falar também?
Decidi escrever e publicar. Antes escrevia só para mim, feitiços secretos, benzimentos para as crises, oráculos. Estudei no mestrado a relação entre corpo, possessão e escrita. Fiz curso de dramaturgia, ganhei concursos. Fiz um webdocumentário. Ganhei bolsas de criação. Lancei um livro de poemas, escrevi um de contos. Procurava, procurava, encontrei.
Possuída pela história de minha família, escrevi meu primeiro romance, Desesterro (2015). Contei causos de família que não tinha ouvido antes. Contei uma história de assombro não sobre fantasmas, e sim sobre ser mulher no Brasil profundo. Saí de uma crise bipolar com o livro nas mãos. Foi minha primeira investigação do Corpo da mulher como paisagem. Do meu Corpo como memória.
Desesterro ganhou alguns dos principais prêmios brasileiros. Foi finalista em outros. Por conta dele, saí na seleção da Forbes Brasil under 30. Participei de eventos dentro e fora do país.
Continuei minha busca pela relação entre as palavras e o corpo. Fui aprender com as histórias tradicionais, os mitos orientais, as filosofias que não separam o dentro e o fora. Busquei no teatro, nos sonhos lúcidos, no tarot, nas medicinas. Faço cursos, leio, vivo. Compartilho (na internet, inclusive). Foi nesse contexto que escrevi Meu corpo ainda quente (a ser publicado, apoiado pelo Itaú Cultural), a história de uma adolescente aprendendo a viver em um corpo emprestado.
Busquei. Ainda busco. Estarei sempre em busca. Da palavra que impacta o corpo. Da poesia que abre janelas nos órgãos.