La Universidad de Guadalajara, mediante el proyecto del Museo de Ciencias Ambientales del Centro Cultural Universitario, y con apoyo de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, convoca al Premio Ciudad y Naturaleza José Emilio Pacheco. Al galardón, dotado de diez mil dólares estadounidenses, podrán participar todos los escritores y narradores en idioma español. Deberán abordar el tema referente a la naturaleza, la sustentabilidad urbana, la armonía socioecológica y el cuidado ambiental. Este galardón está bautizado en memoria del poeta José Emilio Pacheco, cuyo trabajo trascendió al explorar la aparente dualidad entre la ciudad y la naturaleza.
Creado por la Universidad de Guadalajara, en colaboración con el Instituto Nacional de Lenguas Indígenas, la Secretaría de Cultura, la Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas, la Secretaría de Educación Jalisco y la Secretaría de Cultura Jalisco, el Premio de Literaturas Indígenas de América tiene el objetivo de enriquecer, conservar y difundir el legado y riqueza de los pueblos originarios mediante los diferentes géneros del arte literario, así como reconocer y difundir la trayectoria y obras de autores indígenas. Dotado de 300 mil pesos mexicanos, el premio se entregará en su décima edición en el marco de la FIL Guadalajara 2022.
Ruperta Bautista
El Premio Iberoamericano SM de Literatura Infantil y Juvenil se puso en marcha en 2005, Año Iberoamericano de la Lectura, con el propósito de impulsar la literatura infantil y juvenil en toda Iberoamérica. El objetivo de este premio es el reconocimiento a aquellos autores que hayan desarrollado su carrera literaria en el ámbito del libro infantil y juvenil. Dotado con 30 mil dólares, se entrega cada año en el marco de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara.
Irene Vasco
Con el fin de crear una red que ayude a difundir la obra de los ilustradores de libros para niños y jóvenes en Iberoamérica, Fundación SM y la FIL Guadalajara convocan al 15 Catálogo Iberoamérica Ilustra. Las obras seleccionadas se montarán como exposición en el marco de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara.
www.iberoamericailustra.comMartha Elena Saint Martin Luengas
Destinação Brasil
El viaje de descubrimiento de la literatura contemporánea brasileña llega a su décima edición en la FIL Guadalajara. Creado como un puente entre las obras en portugués y los lectores en lengua castellana, por este ciclo literario han transitado ya más de 80 autores que dan cuenta de la pluralidad de raíces en el país.
La cultura africana, alemana y japonesa, cuya mezcla singulariza a Brasil en relación con sus vecinos, dan lugar a las extraordinarias obras de cuatro creadores que componen dos mesas de diálogo.
Esperanza, esclavitud, migración, duelo y mestizaje, son los escenarios desde donde algunas de las grandes voces de la literatura contemporánea en Brasil trazaron sus historias y transportaron a los lectores a través de la contrastante y diversa literatura de la región.
Esta apuesta de Destinação Brasil no hubiera sido posible sin el esfuerzo de la Embajada de Brasil en México, a la que agradecemos el refrendo de su confianza. Un especial agradecimiento merecen la Secretaría de Cultura del Estado de São Paulo y el Premio São Paulo de Literatura 2020, que apoyan la presencia de los ganadores del Premio en esta edición de la Feria.
Para todos los lectores ávidos de descubrir nuevas historias, para los que cada año buscan que la FIL los sorprenda, para el público profesional que anda a la caza de oportunidades de negocio, los invitamos a descubrir lo que Brasil tiene que contar.
Autores 2022
Para más información contacte a:
Itzel Sánchez, Responsable de Programas en otras lenguas, al teléfono (+52) 33 3810 0331, ext. 905
(Brasil, 1974)
Nara nació en Guarani, Minas Gerais. Se graduó en letras por la Universidad Federal de Río de Janeiro (UFRJ), en lengua y literatura inglesas. En 2001 se mudó a Inglaterra, donde vivió hasta 2004 cuando se marchó a Italia. En 2005, de vuelta en Londres, estudió una maestría en artes en la Universidad Metropolitana de Londres.
Ha publicado libros para niños y adultos. Escribe crónicas, cuentos y su primera novela, Sorte, fue una de las ganadoras del Premio Océanos 2019, con derechos vendidos a Holanda y México. Su libro más reciente, una colección de cuentos, Mapas para desaparecer, publicado por Faria e Silva, fue finalista del Premio Jabuti 2021 y ganador del Premio Luiz Gondim, de UBE/Río de Janeiro. Es editora de Capitolina Revista, trabajo que le valió un premio APCA. Es traductora y columnista de Tribuna de Minas, Jornal Rascunho y Revista Claudia.
A locura dos outros
Miriam
Dentro del tren no corre viento. Aun así, el soplo que cubrió el espacio entre mi boca y mi nariz dio, en el reflejo del vidrio, un techo para la pareja que se abrazaba por primera vez en el andén. Era la primera vez. Se abrazaban cerrando los ojos, respirando hondo. Dentro de los ojos cerrados en el abrazo cabía una sonrisa.
Jugar con el tiempo es jugar con fuego. Yo miraba mi imagen en el vidrio de la ventana del tren y veía un dios. Sobre los amantes, un reloj digital y yo contando los segundos como si fueran míos, para entretenerme.
11:58:09. Parpadeaba los ojos saltándome el segundo impar. Quise homenajear a los dos amantes. Nada entre ellos, solo los dos. En verdad, yo parecía tener tiempo. Jugaba a estar desocupada, de esas que miran el reloj sin compromiso.
El 26 de febrero de este año desperdicié más de un minuto y medio contados a cada segundo. Los perdí por la obsesión de asir con los ojos cada instante. Pero cuando los segundos pasaban, realmente se iban. El tiempo que transcurre no era un juego, pensé.
Perder así el tiempo se parecía a vigilar el amor de cerca. Sofocado, escapa convertido en el reloj digital que cubría a la pareja de futuro y en un techo de un cabello al aire. Hecho tiempo, el amor no regresaba. No era juego.
Y fue exactamente así que llegó el fin.
Mi madre se enfermó. La palabra era difícil y era “terminal”. ¿Quién inventó una palabrota así para hablar de la miseria y del valor del cuerpo humano? Terminal es una palabra indigna.
En mi cabeza una especie de estrépito. Digo una especie porque después supe que no era estrépito, era mi cabeza.
El tiempo germina en ella su extrañamiento. Asirlo con las manos y míralo: no es nada porque es presente. La ingratitud es lo que nos hace humanos. No reconocemos el tiempo que tenemos porque él sobra. Un día, escaso hecho sonrisas ya sin dientes que acompañan su afinación, valoramos el precioso tiempo que acabó, sea futuro o pasado.
Cuando hablábamos sobre la muerte, era presente. No percibimos que el futuro es consumación.
Ella me esperaba en la silla, erguida como podía. Los cabellos secos por el intento de un peinado mal hecho. Entré y nos miramos evitando, cuidadosamente, las emociones que eran insoportables. Le di mi beso, mi abrazo apretado y conmovido. Abrazo con miedo de que sea el último. El crujido de su beso fue alto. Aún hoy hace ecos. Le mostré fotografías de la nieta, tomadas con apuro para estar allí con ella antes de que el tiempo nos ganara. Me faltaba el aire. Tuve que salir. Llegué hasta la Pastelería Brasil y pedí una caja de chapé de Mapoleo. Unos diez, veinte. ¡Muchos! Cuando volví, ella ya estaba en la cama. Fui a la ventana a comer a escondidas nuestro dulce favorito. Llena de ciencia y razón, le expliqué que no era posible darle el pequeño placer pues estaba mal de salud. La alimentación saludable era prioridad. Los hijos cometen esos pecados cuando creen saber sobre lo que están hablando. Pero mira, traje una canción francesa que te gustará. Escucha. ¿Lo ves? Es un aparato nuevo. Guarda un millón de canciones. Escucha a la cantante francesa.
Fue el último arte que degustó. La última mirada despierta y curiosa, mirada que el arte proporciona. Después, como una bomba, acabó. ¡El estrépito fue enorme! Me dejó sorda.
La vida, aun conmigo, siguió. Parece haber ignorado que la quería toda fuera de mí. Me distraía con los problemas de los otros. El dolor del otro es bueno porque no nos duele. Incluso somos capaces de vender consejos, como si fueran buenos. A veces llegaba una increíble mejora cuando veía que, si yo quisiera, era posible dejar de andar.
Era un martes. Día de completa insignificancia. Fui a la estación del metro más lejana de la casa que mi boleto había comprado. Tenía un apunte que yo entregaría al primero que encontrara antes de todo. Escuché el estrépito del tren. Estrépito metálico de riel, estrépito que avanza en círculos. Infalible, no había tiempo para pensar. En verdad morimos de dolor, y ese iba a ser tan intenso que no duraría dos segundos. Dos segundos yo era capaz de asir. El tren se acercó. La luz iba llegando. Ahora era solo calcular y listo. Cerré los ojos para no ver ese horror de cerca. Perdí el tren. Él se detuvo. Entré. Él me llevó a casa.
Tomado de Revista Universidad de Antioquia, número 343
Texto original Reformatório,2016
Traducción de Manuel Barrós
(Brasil, 1975)
Giovana Madalosso nació en Brasil, en 1975. Es autora del libro de relatos A teta racional, de la novela Tudo pode ser roubado y de la novela Suite Tokio (traducida al español por Diego Cepeda, publicada por Tusquets), finalista del Premio Jabuti 2021, que ha sido traducida a varios idiomas y está siendo adaptada al cine. También es autora del libro infantil Altos e baixos, columnista de periódicos y revistas y una de las creadoras del movimiento Um grande dia, que fotografió a más de 1,600 escritoras en 38 ciudades de Brasil y del mundo, en una celebración sin precedentes de la escritura femenina.
Fragmento de la novela Suite Tokio
1
Estoy raptando a una niña. Intento apartar ese pensamiento, pero persiste mientras bajamos por el elevador, saludamos a Chico, salimos por el portón. Son cosas que hacemos todos los días, bajar, saludar a Chico, salir por el portón, caminar pisando solo los adoquines negros o blancos de la acera, pero es distinto, aunque realmente no haga nada distinto, porque tengo la sensación de que el ejército blanco me mira. Fue cosa de doña Fernanda, inventar ese nombre, ejército blanco. Y hasta tiene razón, sí, somos un ejército, aún más a esa hora de la mañana, cuando todas llegan a la plaza con sus uniformes blancos cargando bebés o niños y entonces conversan empujando coches y columpios con bebés o niños. Un mundo que hasta ayer era mi mundo pero que ahora parece mirarme con desconfianza. ¿Será todo locura de mi cabeza? Dime, Virgencita, ¿es todo locura? No lo sé, pero por si acaso aprieto el paso, vamos, Corinha, luego juegas a pisar solo los adoquines blancos. Y no cruzo la plaza como lo haría normalmente, me alejo por el andén lateral. Pero justo ahí el ejercito me ojea, me encuentro con la niñera de la casa vecina, tengo la impresión de que mira mi bolso, en realidad una mochila, mucho más grande que el bolsito que llevo todos los días, una mochila enorme, bien agarrada bajo mi brazo, que aprieto a ver si se achica. No le hablo y seguimos caminando hasta que Cora dice: Maju, tu mano está rara, y me suelta los dedos, tal vez para librarse del sudor. Cuando la veo, está agachada, recogiendo del suelo una camelia marchita. Nunca he visto una niña a la que le gusten tanto las flores. Me parece bien, una niña a la que le gusten tanto las flores. Por eso no suelo apresurarla como hacen tantas niñeras por ahí con sus niños, dejo que Cora huela un jardín entero si lo desea, y además le cargo ese petalerío en mis bolsillos. Una vez olvidé sacarlos del pantalón y lo metí a lavadora y fue lindo verlos, todas las flores girando y centrifugando ahí adentro, pero hoy no se puede, Picochuca, hoy no se puede, y ni siquiera le paso un pañuelo humedecido por la mano como haría normalmente para quitarle los microbios, solo jalo esos deditos junto a mí, sintiendo nostalgia del vacío de Mandaguaçu, de ese gran descampado de Mandaguaçu, porque aquí en São Paulo no hay un minuto en que alguien no te mire. Como esos taxistas, metiéndose en la vida ajena. Los conozco a todos, solo tomamos taxi con ellos, gente de confianza del señor Cacá y doña Fernanda. Y justo porque son gente de confianza de ellos, me alejo. Me alejo y subimos por la avenida Angélica. Cogemos un bus. A Cora le extraña, ¿no vamos en taxi, Maju?, pero también le encanta la novedad, es la primera vez que coge un bus de servicio, me pide sentarse en la silla del frente, aplasta la nariz contra el vidrio.
El terminal no es tan lejos, llegamos en media hora. Miro alrededor para ver si no hay algún conocido cerca, claro que no hay ningún conocido cerca, aun así, me apuro. Meto a Cora en el elevador, la pobre aplastada entre todo el maleterío, nunca he visto gente que lleve tantas bolsas, los plásticos explotan y le indican hasta a un ciego que el lugar está lleno de pobres. Al menos las puertas se abren pronto, salgo con mi Picochuca, caminamos por una plataforma desde la que vemos otras plataformas, ese montón de gente moviéndose, escaleras eléctricas que suben y bajan, carteles con información, taquillas con filas, tiendas con ofertas. Cora para y se queda así un tiempo, yo la jalo, pero ella no viene. Me agacho para ver qué pasa. Maju, ¿por qué mis ojos son tan pequeños y veo un mundo tan grande?
2
Oigo el celular timbrar, pero decido no contestar. Yara y yo ahora estamos boca arriba después de un largo hoka-hoka. No fui yo la que se inventó el término, fue ella la que me contó y luego me mostró el video de las simias bonobos frotando sus órganos genitales unas con otras, actividad que alguien del norte de África decidió bautizar con ese nombre algo cómico, algo sonoro. El presentador del video decía que las bonobos prefieren tener sexo entre ellas que con los machos; los biólogos lo saben porque durante el hoka-hoka las bonobos miran más los ojos de sus compañeras, se mueven con más emoción. Yara dijo que el presentador tenía razón, ella ya había visto dos bonobos cogiendo, transando con pasión mientras estaba en la Cuenca del Congo. Y realmente transaban, no se apareaban como otros animales, porque lo que ellas hacían era una transacción, un intercambio de afectos. Recuerdo pensar que lo que define el verbo no es el sujeto, sino el objeto. Ya me he apareado con algunas personas, pero solo he transado con ella.
La transacción no siempre es justa. Me la paso recibiendo menos de lo que entrego. Dividendos de la pasión. Nada que atenúe mi forma de verla a ella. Me encantan las cosas banales, como la manera en que sostiene el porro. Incluso su charla diluida por la hierba, que irritaría a cualquiera en estado normal de cordura, me alucina. Me gusta verla nadar contra la corriente de la productividad, haciendo lo opuesto de lo que hago en mi trabajo. Si yo comprimo historias en bloques de diez minutos, en series de ocho episodios, ella transforma las suyas en odiseas, como si realmente viviera en el mundo que tanto ama, regido por los ciclos de la naturaleza y no por las demandas urgentes del dios smartphone. Esto, y sus senos levemente caídos, como sus párpados ahora levemente caídos, me hacen arrancarle el porro de la mano y besarla.
El celular suena. Lo miro de reojo, es mi marido. Silencio el aparato. Comienzo a frotar mis órganos genitales con los de ella, mientras centenas de otros primates conducen allí afuera, con sus rabos peludos en el asiento y el pulgar oponible en la bocina, haciendo susurrar esa selva que nos rodea. Cuando nos volvemos a acostar boca arriba, hay siete llamadas perdidas en mi celular.
Traducción de Diego Cepeda
Editorial Planeta, 2021