©Alfredo Garófano

 

Fragmento de La parte inventada

Lo primero que filman, por supuesto, es la biblioteca. Primeros planos y planos generales y acercamientos y distanciamientos en los que se alcanzan a leer títulos y no se alcanzan a leer apellidos. O viceversa. Aunque, claro, algunos títulos legibles activen automáticamente el apellido en letra más pequeña. O al revés. Acción y reacción. Alfa y Omega. Serpientes que se comen la propia cola o se estrangulan con ella. Estantes y más estantes. Y cabe preguntarse si son los estantes los que aguantan a los libros o si son los libros donde se apoyan los estantes.

   O ambas cosas. Libros de pie, libros al pie de la biblioteca, libros acostados, libros acostados detrás de libros de pie, libros de rodillas, libros reclinados e inclinados, como si rezaran a otros libros más arriba pero por debajo de otros libros más alto aún; a pesar de que la posición de estos y aquéllos no signifique nada y revele menos en cuanto a calidad y prestigio y afecto y admiración de quien los leyó.

   No hay jerarquías claras ni favoritos evidentes; no hay orden alfabético o cronológico o geográfico o genérico.Todos juntos ahora, todos mezclados, y los libros alcanzan el techo y hasta suben por las escaleras, cubriendo los escalones como si fueran una variedad policroma de kudzu; convirtiendo esas escaleras de madera en escaleras de libros que alguna vez brotaron de la madera. Libros que de la madera salen y a la madera retornan.

   Libros que se transitaron como escalas en un ascenso sin cima ni destino. Libros subiendo por el solo placer de seguir subiendo y continuar leyendo hasta el último peldaño, no de una biblioteca pero sí de una bioteca: de una vida hecha de libros, de una vida hecha de vidas. Sí: la biblioteca como un organismo vivo y en constante expansión y sobreviviendo a dueños y usuarios.

 

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