Muchas horas de su infancia las ocupó en hablar a solas, en voz muy baja. Con el tiempo sus mayores aprendieron a respetar su casi silencio. Obligado por la timidez construyó su propio mundo, a escondidas, debajo de las camas y en los rincones oscuros de los armarios. Nunca tuvo bicicleta ni patines. Supo de una gélida ciudad, llamada Reikiavik, del ajedrez y de la Guerra Fría, todo al mismo tiempo. En aquellos parajes imaginó sus primeras historias de bienhechores y fechorías.

   Hubo un taller literario que fue definitivo; se llamó “Anagrama”. Tal vez allí, empezó todo verdaderamente. Luego hubo otros y con ellos los primeros libros. A los 29, Al margen de las hojas. Un premio apellidado Picón Salas, a los 33, y un libro de nombre Propósito común que se quedó por siempre a la espera de imprenta. Dos años después (1999), otro premio, también mexicano, “Sor Juana Inés de la Cruz” y un libro con título de escaso abolengo lírico: Principios de contabilidad. En el 2006, publicó un compendio de poemas viejos y recientes, nada pacianos, cuyo título, sin embargo, terminó siendo Pasado en limpio.

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