©Daniel Mordzinski

 

Fragmento de En el viento

   ―Señorita Patricia, ¿cómo lo mató?― le pregunté sin aspavientos.

   ―Señor Duboso, no tuve nada que ver. Yo lo amaba.

    ―Las pruebas dicen que usted es la asesina. A mí me da igual. Pero necesito saber cómo lo hizo para encontrar el mejor camino a un fallo absolutorio.

    ―Le insisto, señor, no sé qué pasó. Cenamos con mis padres, regresamos, hicimos el amor y nos dormimos temprano. Cuando desperté su cuerpo ya estaba frío.

    ―¿Está insinuando que su novio fue asesinado por siete disparos a su rostro mientras dormía a su lado, y usted no se dio cuenta?

―Eso mismo, señor. ¿Por qué estoy siendo procesada si yo también pude haber sido una víctima? ¡Sólo Dios sabe por qué los asesinos no me mataron!

   ―Tiene muy buenas dotes histriónicas, señorita Patricia.

    La muy atroz merecía un contrato en alguna telenovela latinoamericana, hubiera convencido a cualquiera. Sin embargo, las pruebas eran fulminantes. No quedaba más que alegar la jugada sucia de todo abogado poco creativo: demencia temporal. Usar esta técnica era el equivalente de portar un rótulo al estilo: “llevo cuarenta años siendo abogado y sigo tan bruto como el primer día”, pero en este caso podría resultar. Si lograba demostrar una violencia continua contra Patricia, la demencia temporal podría ser mi tiro de suerte.

    Perdí mi tiempo.

    Como si estuviera en una de mis peores pesadillas, todos describieron a Patricia y John Court como la pareja perfecta, especialmente a Court como el enamorado soñado, “un príncipe azul que haría cualquier cosa por la felicidad de su damisela”.

   Me jodí.

 

Derechos Reservados © Feria Internacional del Libro de Guadalajara│Créditos