Fragmento de Carbón Animal
Al final todo lo que queda son los dientes. Estos permiten identificar quién es uno.
El mejor consejo para un individuo es que preserve los dientes más que la propia
dignidad, pues la dignidad no va a decir quién es uno o, mejor dicho, era. Su
profesión, dinero, documentos, memoria, amores no servirán de nada. Cuando el
cuerpo se carboniza los dientes preservan el individuo, su verdadera historia. Los
que no tienen dientes se convierten en menos que miserables. Se vuelven apenas
cenizas y pedazos de carbón. Nada más.
Ernesto Wesley se arriesga todo el tiempo. Se lanza contra el fuego, atraviesa
el humo negro y denso, traga saliva con gusto de hollín y conoce el tipo de material
de los muebles de cada ambiente por el crepitar de las llamas. Se acostumbró a
los gritos de desespero, a la sangre y a la muerte. Cuando comenzó a trabajar
descubrió que en esta profesión hay una especie de locura y determinación en
salvar a otro. Sus actos de valentía no lo hacen juzgarse un héroe. Al final del
día todavía siente sus impactos. La tentativa de preservar alguna esperanza de
vida en algún lugar es lo que lo levanta todos los días para ir al trabajo. Sus
fracasos son más grandes que sus éxitos. Comprendió que el fuego es traicionero:
surge silencioso, se arrastra sobre toda la superficie, borra los vestigios y deja solo
cenizas. Todo lo que una persona construye y todo lo que ostenta, el fuego devora
de un lengüetazo. Todos están a su alcance.
A Ernesto Wesley no le gusta atender casos de accidentes automovilísticos
o aéreos. No le gusta el hierro retorcido ni, mucho menos, tener que serrarlo. La
motosierra le provoca malestar. En cuanto separa los fierros, el temblor del cuerpo
le hace perder por breves instantes la sensibilidad de los movimientos. Se siente
rígido y autómata. Un error es fatal. Si alguien yerra en una profesión como esta,
se vuelve maldito, un condenado. Es necesario arriesgarse todo el tiempo. Para
eso le pagan. Para eso es que sirve. Fue adiestrado para salvar y, cuando falla, las
miradas de decepción de los demás hacen que su honra se arrastre por el suelo.
Traducción de Ramiro Arango y Mercedes Guhl
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