Fragmento de Una madre protectora
Recuerdo perfectamente la primera vez que los vi, en el departamento de Renato y
Moriana, porque fue también la primera vez que me invitaron a mí a lo más íntimo
del círculo áulico. Se celebraba la aparición del segundo o tercer número de la revista
literaria que dirigía en esa época la pareja dorada y éramos todos escritores o, como
en mi caso, aspirantes con un par de cuentos, extras todavía sin letra, parte del
auditorio juvenil y subyugado que festejaba los sarcasmos feroces de Renato, y
los comentarios dejados en el aire, como explosivos de detonación demorada, en
apariencia inocentes pero todavía más devastadores de Moriana.
Yo había escuchado hablar antes, por supuesto, varias veces de él, de Lorenzo
Roy: el pintor amigo de la adolescencia de Renato, el artista generoso que ayudaba
a ilustrar la revista y había cedido para una rifa uno de sus originales, el hombre que
firmaba sus obras con el bigote en forma de manubrio que se había convertido en
su marca, el último mohicano del expresionismo abstracto, como lo había definido
una vez Renato.
Había escuchado también, cada vez que se lo mencionaba, hablar enfáticamente
de su talento, tanto más obvio porque no había sido reconocido todavía más allá
de ese grupo. Pero ni aun en aquel tiempo era tan ingenuo como para no darme
cuenta de que “talento” en boca de Renato y Moriana era un elogio genérico y casi
automático, una distinción que al conferirla se otorgaban también a sí mismos: si era
amigo de ellos, naturalmente tenía que ser talentoso.
Por eso, apenas llegué a la casa, al subir las escaleras, me detuve en la antesala
frente al gran cuadro sobre la chimenea que Lorenzo les había regalado para su
casamiento y del que tantas veces nos habían hablado. Quería ver por mí mismo, a
solas, desprendido de los signos de admiración y de todo lo que había escuchado.
Traté de mirar en un estado de indiferencia, de tabula rasa, para dejar que aquella
vorágine de azules furiosos me hablara en silencio, que se manifestara desde la tela
y me convirtiera en otro fiel.
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