©Valmir Michelon

 

Fragmento de En tanto agua

El descubrimiento del diario de Diogo Cão bastaría como testimonio de que el navegante no solo venció el Índico y el Pacífico, sino también de que murió en las Azores, en 1491, donde habría dejado su último mojón de piedra. Pero el diario revela, además, que en la isla menor del archipiélago, en lo alto del Monte Gordo, hay un lago en el cráter de un volcán extinto que, sencillamente, resume el mundo. Al pie de este sería posible avistar el pasado y el futuro en el presente y conocer a todas las personas de todas las épocas, muertas, vivas o por nacer, en la misma suma universal.

   Cuando le pregunté al guía sobre todas esas historias, me dijo escuetamente que una isla resume el mundo, por lo que me pareció un tanto imbécil. Y cuando llegamos a la cima del Monte Gordo, tuve la certeza de que el guía sí lo era, porque me dijo con aburrimiento: “El Caldeirão do Corvo, el tal resumen”. Y ahí fue imposible no recordar el motivo que me había llevado allí: todas las personas mediocres de las cuales yo huía, sus preguntas y consideraciones insulsas. Como me sentía extranjero, y aislarme solo me parecía posible en una isla, la referencia al “Caldeirão do Corvo” en el diario me suscitaba el deseo de ver la humanidad sistémica, la pasmada contemplación en su conjunto.

   Y ahora que el Caldeirão do Corvo se abría, revelando una serie de pequeños mundos, minúsculos, pero absolutamente visibles y que cabían todos, de una sola vez, dentro de los ojos, era posible ir de la Bogotá del siglo XIX a las Filipinas intocadas del siglo XII, probar la nieve y alternar la vista con todos los animales y plantas y paisajes distintos permaneciendo en mi insularidad. Entonces pregunté por las personas, y el guía me respondió que estaban todas allí, y señaló hacia una ciudad que emergía del sur de la América portuguesa, donde, poco a poco, Porto Alegre, su miniatura perfecta, y más nítidamente mi barrio, y en seguida mi calle, se hicieron visibles. Mi casa tenía las luces prendidas y una persona extraña leía en la sala. Pero no era mi casa.

Traducción de Ramiro Arango y Mercedes Guhl

 

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