©Fernanda Fiamoncini

 

Fragmento de Historia natural de la visita

Apretando los ojitos en una mueca, la niña había prácticamente resumido la situación de él, las circunstancias y el conflicto en el que Zach se fue a meter, acostado, la gente de la casa entrando y saliendo del cuarto, queriendo todos saber si ya era la hora, si él sentía que el momento llegaba e iría a precisar la vasija de nogal pasada de mano en mano, con celeridad, para que al final Zachary fuera a montarse en el reborde de aquella bacinica. “En el perico del niño”, como dice el pastor, su papá. Y él, el niño, acomodaría el blanco trasero en la cuenca de ese utensilio asqueroso, de tantas pasadas. Y él, con los brazos cruzados delante de todo el mundo, apretando la cara y el vientre, la cabeza asomada por entre las rodillas, meciéndose con los ojos cerrados, como si el recipiente, atado al suelo por raíces profundas y paladas de abono fresco, no pudiera jamás volcarse al pie de la cama en que el pastor dormía.

   La pequeña Annabel admira al hermano en esa lucha. Mira a Záchary de frente, recostada al fondo de la sala, sin esconder la cara. En los días de la panza mala, el niño es la ocupación de la casa. Irrita al pastor, quien achaca la razón a frutas hinchadas, al hueso de las frutas, al disgusto que el niño tiene por la cata. “Pero un hombre son sus esfuerzos”, dice el pastor. Por eso, el dosificador se mantiene en la mesita de la sala, en una jarra azul con un platito por tapa.

   El pastor prepara la mezcla con cáscara de lima y raíz amarga, hasta sacar de ella una miel café, que les recuerda a los pequeños el barro formado en el curso sinuoso de sus propios cuerpecitos, “Pues la causa es el efecto y el efecto es la causa; comienzo y fin se enredan en una madeja sin puntas”, repite él, mientras pasa en jarritas de estaño, temprano en la mañana, una dosis a cada uno de ellos, los seis hijos ya formados en fila.

   Y Zach queda de último, para que, esperando su turno, al rigor de una expectativa prolongada, el niño se abra a las causas latentes y extienda, aún más, sus propios fines.

 

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