©Lara Ronsino

 

Fragmento de Lumbre

Luisiana es gorda. Y mira como las palomas. Las palomas miran apretadas. Fijas en un punto. Pero también lo hacen con la falsa percepción de totalidad. Las palomas miran como los aviones. Como los pilotos de un avión. Luisiana es gorda y no entraría en los asientos de un avión que deja chorros de humo blanco por el aire de un campo en Bulgaria. Luisiana cose vestidos con flores estampadas que usan las mujeres, en general, en el barrio obrero, en las afueras de Belgrado. Entre edificios derruidos. Y camiones viejos que entran y salen con botellas de cervezas. Luisiana toma cerveza y cose y escucha la radio. Escucha jazz. La música de New Orleans. Le trae recuerdos de su padre que vivió unos años en New Orleans y siempre contaba historias de negros, de puertos. De partidas.

   El padre de Luisiana recibía cartas de New Orleans. Ella lo supo de grande. Supo esa historia de amor frustada entre su padre y una negra. Y cuando Luisiana se enteró de la historia – después de la muerte de la madre – comenzó a pensar cómo hubiera sido su vida si ella fuera negra. Esas cosas piensa Luisiana mientras remienda la ropa, las flores desgastadas de las mujeres que trabajan de sol a sol en los suburbios de Belgrado. De fondo la música y por la ventana la luz de la tarde y el cielo gris, plomizo, por el humo de las chimeneas. Un aire que se coagula en los bordes de Belgrado. Entonces los perros. Cuando cae el sol. Y la grisura que se pone negra.

    Y los perros que se mueven lentos en la sombra. Las patas embarradas. Porque vienen de la zona de Alginbau. Y no es una buena noticia que las cosas provengan de la zona de Alginbau. Oír esa palabra es como sentir una sentencia firme. Igual al rugido de una trompeta. Como las que escuchaba el padre de Luisiana en los bares de New Orleans, mientras contemplaba la belleza de Elda Cook, cantante y también gorda, con un escote que provocaba en los hombres más que excitación la conciencia de lo frágil que es la vida.

 

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