Fragmento de Un monstruo de mil cabezas

Mire, yo podría decirle que tenía el arma conmigo porque iba a regalarla, que fue una casualidad o que siempre acostumbraba a llevarla por seguridad personal, pero no fue así.

   Estaba cansada de no recibir respuestas, o mejor dicho de recibir contestaciones que eran una burla a nuestros derechos. La tomé porque estaba dispuesta a usarla.

   Cuando la metí en mi bolso no pensé en disparar, mucho menos en herir a nadie, pero estaba rabiosa y quería obtener un resultado distinto a la displicencia con la que nos habían tratado. Y las armas funcionan para que te escuchen. Para ellos no existíamos, ¿entiende? Memo se estaba muriendo aunque había una clara posibilidad de extender su vida y a nadie parecía importarle.

    Ni en los organismos públicos ni en las oficinas de Alta Salud querían escucharnos, y la burocracia era una trampa que solo nos hacía perder el tiempo; un tiempo que no teníamos.

   Si lo que usted quiere saber es si hubo premeditación en mi gesto, la respuesta es que la hubo. Nunca pensé que las cosas acabarían complicándose tanto, pero la tomé porque estaba llena de rabia. La experiencia de los últimos meses me indicaba que no podría conmover a nadie con palabras, ni con peticiones justas, ni con diagnósticos médicos bien documentados.

   Me habían expulsado a patadas del mundo de lo razonable, de la creencia en una sociedad civilizada. Y un animal salvaje acorralado no llora, muerde.

 

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