Fragmento de En la escalera eléctrica
El hecho se dio en la escalera eléctrica de una de las tres estaciones del metro con
acceso al ferrocarril. La pareja suiza de mediana edad, que pasaba por primera
vez el verano en el bel paese, acababa de visitar la tumba de Shelley. Ella —de
bermudas rosadas y visera anaranjada de plástico, canosa, un metro y setenta
y cuatro y bastante fornida— salió primero. Él —de bermudas floridas hasta la
rodilla y gorra oscura de Nike, calvo, un metro y ochenta y dos, jubilado y no tan
fornido— se retrasó un poco porque había visto, en el puesto de revistas próximo
a la escalera eléctrica, un calendario con fotos del antiguo dictador local en medio
de todas aquellas mujeres desnudas.
Distraído, especulando si el dictador estaría desnudo o vestido (y, si desnudo,
quién compraría tal mercancía), no vio ni oyó el momento en que su esposa
comenzó a ser tragada por la escalera eléctrica.
Los empleados de aquella estación habían desmontado, hacía poco, la escalera
para su mantenimiento y vuelto a montarla, pero no habían atornillado bien uno
de los escalones. Cuando la suiza fornida pisó en la escalera, el peldaño cedió y sus
piernas se hundieron. Su cuerpo fue paulatinamente mascado por los engranajes.
El marido no supo siquiera informar si fue el irritante ruido de los huesos al
ser quebrados o los gritos aterrorizados de los peatones lo que lo despertó de su
ensimismamiento. Cuando se dio cuenta de que perdía a la mujer, restaba de ella,
completo, solo un brazo —y la mano correspondiente que, con los dedos abiertos,
temblequeaba en el aire. Ante la duda de si aquello era una última seña, un pedido
de auxilio o un espasmo de dolor, el marido, optimista, le respondió las señas.
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