Declaración final de un funcionario
Yo estaba sobre el Annapurna y su peine negro y blanco
o quizás en mi oficina con los ojos congelados en la pantalla del ordenador.
Huí a 10,000 a 20,000 m de altura y me aparté hacia el estancado
desierto del Paquistán: o era mi rostro sobre papeles administrativos
y la tarde alcanzada en los informes.
Por los pasillos del Ministerio del Poder Popular para la Cultura
trotaban los rinocerontes de la anteguerra civil.
Todos sabemos lo bien que el diablo recita las escrituras.
Nada que hacer, nada que hacer
como no sea viajar con Google Earth.
Y si el salario se va por una zanja inmunda
juro no descender jamás del Annapurna:
–a las colinas del tedio
torritremebundo–.
Amo la subjetividad de la copia, los estándares de luz
a distintas horas del día,
el cromatismo de un ordenador de buena marca, su resplandor
bien calibrado.
Para colmo (...) al salir del edificio no pude encender
mi amado Ford Thunderbird.
Y mis dos manos congeladas sobre su carrocería mansa
aguardaron el ocaso del trópico.
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