©Vasco Szinetar

 

Declaración final de un funcionario

Yo estaba sobre el Annapurna y su peine negro y blanco o quizás en mi oficina con los ojos congelados en la pantalla del ordenador. Huí a 10,000 a 20,000 m de altura y me aparté hacia el estancado desierto del Paquistán: o era mi rostro sobre papeles administrativos y la tarde alcanzada en los informes.

Por los pasillos del Ministerio del Poder Popular para la Cultura trotaban los rinocerontes de la anteguerra civil.

Todos sabemos lo bien que el diablo recita las escrituras. Nada que hacer, nada que hacer como no sea viajar con Google Earth. Y si el salario se va por una zanja inmunda juro no descender jamás del Annapurna: –a las colinas del tedio

         torritremebundo–.

Amo la subjetividad de la copia, los estándares de luz a distintas horas del día,

el cromatismo de un ordenador de buena marca, su resplandor bien calibrado.

Para colmo (...) al salir del edificio no pude encender mi amado Ford Thunderbird.

Y mis dos manos congeladas sobre su carrocería mansa aguardaron el ocaso del trópico.

 

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