Hay muchos factores —la mayoría
inciertos— por los que uno decide ser
escritor. Pero cuando me pongo a pensar
cuáles fueron los hechos cruciales que me
llevaron a escribir, me vienen a la cabeza
dos.
El primero tiene que ver con ese mundo
bello y ambiguo que se me abrió con la
lectura. Nada es lo mismo después de
ciertos libros.
El segundo, con las historias que
contaba mi viejo en las sobremesas de las
cenas cuando yo era adolescente. Eran
relatos simples, fragmentos apenas, cosas
que él había vivido durante su día; sin
embargo, las tramas tenían varias capas.
Eran narraciones que reverberaban cuando
se las dejaba de contar.
Ese efecto me pareció increíble: debajo
del significado evidente había otros,
misteriosos, que amplificaban lo real. Quise
hacer lo mismo. Ese fue el mayor impulso:
replicar ese eco. Sigo intentándolo. Es una
tarea infinita. Tiene que ver con el deseo y
las obsesiones. |