©Laura Ibarra

 

FRAGMENTO DE LA MECÁNICA DEL ESPÍRITU

Salí cansado de aquel edificio; me sumergí en el submundo del Metro londinense y pasé mi tiquete por la maquinita que funciona automáticamente. Cuando me senté dentro de aquel vagón escuché la grabación de esta mujer de unos cuarenta años que recita, estación por estación: Please mind de gap between the train and the platform. Lindo acento, por cierto. Llegué hasta Paddington y allí cogí otro tren que iba directo a Oxford. Aquellas máquinas eran tan rápidas como confortables y limpias. El tiquete me costó 14 libras esterlinas; casi no tenía dinero y me fui pensando que al llegar a Oxford lo primero que haría sería buscar algo para cenar y luego caer dormido en el apartamento de mis amigos colombianos. Para mi suerte logré coger un asiento al costado de la ventanilla mientras escuchaba música clásica en los auriculares. Eran las cinco de la tarde y llegué a la conclusión de que la “posmodernidad” no es más que lo clásico dentro de lo moderno; es decir, Johan Sebastián Bach en el iPod. Me quedé dormido junto a la ventana y cuando desperté, despabilado, noté a una chica delgada, nada voluptuosa, muy blanca y llena de pequitas rosadas; la cual estaba muy cerca de mí. La joven era de frente amplia, tenía labios carnosos y los ojos grandes y turquesas parecían esferas de arrecifes. Llevaba puesto un vestido muy corto y ligero que dejaba ver sus dos largas piernas y cubría con un suéter blanco sus hombros algo huesudos. Tenía su pelo naranja en moño y sostenía también un libro de Christopher Paolini. La chica iba de pie ya que el tren iba lleno; no obstante, los británicos son flemáticos y silenciosos, casi no hablan en los espacios públicos y esto le permitía a la joven concentrarse en la lectura. Pensé que el silencio boreal contrasta mucho con el temperamento emocional e intenso de los nicas. En Nicaragua, si vas en autobús, por ejemplo, tendrás reguetón, rancheras, cumbias o bachatas a todo volumen y la gente irá hablando de cualquier cosa sin importar si lees o no un libro. Esto no me parece inferior ni superior a lo que pasa en Inglaterra, simplemente me parece diferente por tratarse de dos culturas muy disímiles. Nicaragua es un pueblo especulativo donde la religión, la superstición y cualquier manifestación espiritual juegan un papel importantísimo en su actuar diario. En cambio, el inglés es más funcional, desconfiado, culto, silente, longevo, introvertido, soberbio; cree en lo que edifica, es el padre del capitalismo industrial y no renuncia a su paternidad; venera a su reina porque rescata su historia en cada ciudad; celebra la vida de sus monarcas desde los medios de comunicación masiva, etc. El nicaragüense, por su parte, es jodedor, hablantín, generoso, amable, solidario; retoza en su propio caos y no tiene rasgos neuróticos. La obsesión del inglés por las canchas de juego lo convierte en un fanático del fútbol que revienta los estadios con gritos de gol; absorbe rugby los fines de semana y toma te dulce mezclado con leche a las 4 de la tarde. Ambos, nicas e ingleses, son cafeteros, sólo que Nicaragua exporta café y Reino Unido lo importa. En otras palabras, Nicaragua y Reino Unido tienen sólo una cosa en común: su afición por el alcohol.

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