Habitante de la noche, aunque en mi pasaporte
dice chilena. Lectora empedernida, escritora
privada. Una vez quise probar qué se sentía estar
al otro lado del espejo, y me puse a escribir. Me
fascinan las historias de los otros, ser un poco
esas personas que nunca seré. Mis personajes
son más arriesgados que yo. Mi imaginación está
llena de alternativas. En una de ellas digo que
mi primer recuerdo es una banda de pájaros con
motores sobrevolando mi casa. Miro la realidad
por el ojo cíclope de una puerta. En otra de las
alternativas digo que vengo de un país que ya
no existe. Entonces leer o escribir, para saber si
soy de aquí o de allá. Leer para ir en la dirección
opuesta. Escribo leyendo en diagonal las noticias
del periódico. Escribir para que en un punto
mínimo mi biografía se cruce con la historia.
Escribo en varios registros, en narrativa, ensayo, en crónica. Hay títulos como Escenario de guerra (2000); Geografía de la lengua (2007) y un volumen de cuentos No aceptes caramelos de extraños (2012). También he escrito sobre otros, ahí están Conversaciones con Isidora Aguirre (2009) y el ensayo Hablan los hijos (2011). Además, todas las semanas me paro desde un pizarrón, desde donde doy clases, y me siento en una butaca desde donde ejerzo como crítica teatral.
La literatura es un trabajo de orfebrería donde las costuras siempre quedan a la vista. Leer es recorrer un hilo, escribir es devanarlo. En la memoria las cosas ocurren por segunda vez. En la lectura, por tercera. Escribo ensayando una sintaxis emocional. Encumbro imágenes como cometas. El mundo tiene algo de campo minado. El lenguaje puede ser una violencia sensual. Pienso mis libros como artefactos explosivos. Me guardo las esquirlas en el bolsillo. Hay que atreverse a ser otro enunciado. |