FRAGMENTO DE ELEFANTES DE GRAFITO
La mujer escucha un fuerte ruido fuera de su casa. Cierra la llave del agua y coloca la manguera sobre los helechos que está regando. Se asoma a la ventana y ve una patrulla estacionada al frente, luego un hombre amarra una cadena al portón de la casa, mientras el otro extremo está sujeto a su camioneta. La mujer alcanza a ver las siglas del OIJ en los chalecos de los hombres. De inmediato corre a advertirle a su hijo. Grita desesperada:
— ¡Ariel, nos cayeron las tres letras, váyase!
Desde el segundo piso Ariel, que estaba haciéndose la barba, oye a su madre, va a su cuarto, donde se pone los zapatos, agarra el celular y una pistola y baja al primer piso. Los oficiales han arrancado el portón y están a segundos de volarse la puerta. Ariel, sin tiempo que perder, sale al patio trasero y se trepa, a como puede, al techo. Abajo ya los oficiales han entrado a la casa y le gritan a su mamá preguntando por su paradero, pero él ya no puede hacer nada por ella, debe huir. Tiene la suerte de que todas las casas son de dos pisos y muy juntas, por lo que las va brincando sin mayor contratiempo. Ariel corre quiere llegar hasta el cañón del Tiribí, un buen lugar para ocultarse durante unas horas. De pronto pisa una lámina de plástico y su pie la traspasa, lo saca rápido y continúa la huida. El resto de casas son de un piso, pero poco le importa: la adrenalina ha dotado de plasticidad a sus músculos; entonces, desde la última casa de dos pisos salta, cae al techo con un golpe seco y sigue corriendo. Cuando llega el momento de tirarse a la calle, se baja por una tapia con agilidad felina. Aguarda en un callejón y, al no ver nada extraño, respira muy fuerte y, sin más qué pensar, cruza y corre tan fuerte que siente como sus talones tocan sus nalgas. Se escabulle por una alameda, corre, corre, corre y esa sensación de que pronto lo van a alcanzar es la que lo impulsa a huir, quiere llegar hasta un play infantil ubicado al otro extremo del barrio desde el cual se llega al cañón del río Tiribí.
Abre el portón. En el lugar no hay niños, los subibajas están herrumbrados, los columpios carcomidos por el óxido y del tobogán solo queda la mitad. Toma un descanso, le tiemblan las piernas, y empieza a toser muy fuerte, una tos que da paso al vómito cuantioso. Se queda jadeando, está empapado en sudor, el pecho se le expande y contrae con violencia. |