FRAGMENTO DE TODO ESE AYER
De no ser por ciertos hechos que sólo se conocieron más adelante, el punto de partida de esta historia bien pudo haber sido el de aquella desapacible tarde de trabajo en la que Federico Gallardo notó que una espesa bruma, acompañada de una llovizna casi imperceptible, se tragaba de pronto la ciudad entera.
Sentado frente al computador, que había caído en modo de reposo y desplegaba un fondo negro atravesado por colores fugaces, asistió a un espectáculo donde las luces de occidente y el cuerpo del volcán se ocultaban detrás de la cortina helada que descendía como una plaga bíblica por los distintos ramales de la cordillera.
Pocos días antes, el 30 de septiembre de 2010, tras un confuso y grave incidente político que dejó cinco muertos, muchas sospechas y demasiadas interrogantes abiertas, todo en esta ciudad y en el país entero también parecía haberse quebrado. Federico no podía saberlo entonces, pero esta historia quizás comenzó aquel día con esos extraños sucesos que, de modo tangencial, lo rozarían más adelante.
Pero avancemos por ahora hasta la tarde aquella de niebla y frío, y más específicamente al momento en que el computador de Federico Gallardo revivió con un susurro tras un leve y accidental roce de su mano sobre el teclado. La campanilla que anunciaba la entrada de un nuevo mensaje de correo electrónico lo sacó de su ensoñación. Sus ojos se dirigieron de forma automática hacia la franja superior de la bandeja de entrada del programa, y, desde la pantalla iluminada, tres palabras saltaron súbitamente arropando a Federico como un manto helado, tal como le había sucedido a la ciudad momentos antes. El resoplido de un espectro del pasado acarició su cuello desnudo y ascendió por su cabeza penetrando con suavidad en cada poro. Su cuerpo se estremeció. La imagen frágil del amigo de la juventud, Sebastián Barberán, regresó en el tiempo abriéndose paso entre nebulosas: demasiado alto, flaco, desgarbado; los cabellos rubios, largos y revueltos. La mano de Federico, paralizada, apretaba el mouse sin atreverse a dirigir la flecha hasta la sugerente frase que titulaba el mensaje: Como decíamos ayer…
Sebastián Barberán había desaparecido treinta y cuatro años atrás, un 2 de agosto de 1976. Los rumores y las noticias de la época, aunque contradictorios y misteriosos, coincidieron siempre en que fue detenido, torturado y asesinado por los efectivos militares de la dictadura del general Jorge Videla. Nunca se encontró su cuerpo, y, con el tiempo, la imagen de Sebastián se fue diluyendo en las lagunas más distantes de la memoria de aquellos que le conocieron.
…No puedes ser tú, pensó Federico en ese momento enfocándose en aquel rostro que se abría paso entre un revoltijo de recuerdos que lo asediaban desde la distancia. Tú estás muerto –susurró–, más de treinta y cuatro años muerto… |