Después de Borges, Carpentier, Monterroso,
Onetti, sor Juana Inés de la Cruz, Drummond
de Andrade, por mencionar solo unos pocos
gigantes que saltan de golpe de la memoria, uno
se pregunta si tiene sentido seguir escribiendo,
sobre todo cuando el primero declaró sentirse
más orgulloso de lo que había leído que de
lo escrito. Desde hace un tiempo, entonces,
me he armado la idea ─o quizá excusa en la
impertinencia─ de que escribir debe ser un estilo
de vida que uno asume con un mayor o menor
grado de inconsciencia, o una manera de llenar
las horas o, quizá, la soledad interior, y que en
la obstinación de hacerlo, lo debe hacer─ para
decirlo ahora como una vez lo señaló un buen
amigo, laureado escritor─ con decencia.
Al menos con decencia (hermosa palabra). Es lo que hoy, quizá tardíamente, trato de hacer. Gracias a la suerte y la benevolencia de jurados dispares, la novela El mismo invisible pecho del cielo fue 1er Premio de Narrativa del Certamen Anual Latinoamericano 1983 de Educa ; Toda la muerte mención en novela por el Ministerio de Educación y Cultura de Uruguay-MEC1999; Reliquia familiar, Premio Iberoamericano de Cuento Julio Cortázar 2004; y la novela El infinito es solo una forma de hablar, 1er Premio Anual de Literatura 2013 en Narrativa-MEC. |