©Raquel Godoy

 

FRAGMENTO DE FÚTBOL Y LITERATURA

Entre el fútbol y la literatura hay más afinidades de las que nuestra vana filosofía puede llegar a soñar. Y si en la época de Shakespeare los ingleses ya hubieran inventado el fútbol, este ciertamente habría sido tema de uno de los sonetos del poeta. O quién sabe si habría hecho parte de alguna de sus tragedias. O de las comedias, claro está.

   Al igual que el fútbol, la literatura también es un juego. Y, como juego, tiene sus reglas. Se puede transgredir una que otra, pero no se pueden transgredir todas. El escritor inventa dentro de ciertos límites, comenzando por los límites propios de la lengua.

   Eso es importante: lector y escritor necesitan establecer un acuerdo sobre las reglas. ¿Un ejemplo? Usted está leyendo una novela policiaca, buscando descubrir por su cuenta quién es el asesino y, de repente, al final del libro, el narrador revela que es Fulano, quien no tenía nada que ver con la historia. El asesino no puede llegar así no más, de la nada, no puede caer en paracaídas al final de la novela. Si eso sucede, el lector va a quedar hecho una fiera. ¿Por qué? Porque el autor hizo trampa. El lector no perdona la trampa, de eso puede usted estar seguro.

   Y hay algo que liga las reglas del fútbol a las reglas de la literatura. Ambas son de la misma naturaleza, por así decirlo. Están hechas para permitir la irrupción de lo imponderable. Piense en la regla del fuera de lugar. Es aparentemente simple y dice, en otras palabras, lo siguiente: cuando la bola es lanzada el jugador que la recibe tiene que tener, entre él y la línea de fondo, por lo menos dos jugadores adversarios. Las complicaciones comienzan después: si la bola viene de un saque de manos lateral, no hay fuera de lugar; si el jugador que recibe el pase está detrás de la línea horizontal de la bola, tampoco, y así por el estilo. Es una regla hecha para crear lo inesperado.

   Otra cosa: la mayoría de las reglas del fútbol dependen de la interpretación. Es la lectura hecha por el árbitro la que determina si un zaguero retrasó intencionalmente o no la bola al portero (quien, en el primer caso, no puede tocarla con las manos), o si el atacante tocó a propósito la bola con la mano y anotó el gol de la victoria, o si aquella carga sobre un contrario merecía tarjeta roja, amarilla o solo una advertencia verbal sin consecuencias. Resumiendo, en el fútbol como en la literatura todo depende de cómo se lea.

(Traducción de Ramiro Arango y Mercedes Guhl)

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