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Premios y homenajes

Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances

 

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1997

Juan Marsé icono

(España, 1933-2020)

 

Discurso

SEÑOR PRESIDENTE DE LA REPÚBLICA,
Señor Gobernador del Estado,
Presidente del Premio Juan Rulfo,
señoras y señores,
distinguidos amigos:.

Me van ustedes a permitir que antes que nada agradezca a Mario Vargas Llosa sus generosas palabras, su amistad en el tiempo y su misterioso y benéfico influjo; porque han de saber ustedes que Mario Vargas Llosa es para mí una especie de talismán, mi amuleto de la suerte: dondequiera que él esté, seguro que hay fiesta literaria y alguna sorpresa para mí. En 1965, cuando obtuve el Premio Biblioteca Breve, Mario estaba en Barcelona; 1973, cuando se me otorgó el Internacional de Novela "México", estaba en la ciudad de México; y aunque en la presente ocasión no ha formado parte del jurado del Premio Juan Rulfo, nuevamente está a mi lado, aquí en Guadalajara. Gracias, Mario.

Ésta es la primera vez que se otorga el Premio Juan Rulfo a un escritor español, y me siento muy honrado por ello. Y sin que suene a descortesía para con los miembros del jurado que han querido distinguir mi obra, y a los que estoy profundamente agradecido, déjenme decirles que en mi país y en la América Latina hay en la actualidad no pocos escritores que merecen el premio tanto o más que yo.

Mi alegría por el premio es doble: por llevar el nombre de uno de los grandes escritores de este siglo y por traerme de nuevo a México. Cuando vine por primera vez, hace casi 25 años, tuve ocasión de conocer personalmente a Juan Rulfo. Un amigo común nos invitó a cenar en su casa y Juan, nunca lo olvidaré, llegó con una novela mía, Últimas tardes con Teresa, para que se la dedicara. Yo creía estar soñando. Me emocioné tanto, que casi me eché a llorar. El maestro inimitable, idolatrado por el aprendiz de escritor que yo era y sigo siendo, estaba ante mí, y hablaba y callaba como un personaje de sus propios relatos. Fue una noche mágica. Ahora, tantos años después, la mano generosa de Juan Rulfo me ha traído de nuevo a México, a Guadalajara y a su Feria Internacional del Libro, así que permítanme ustedes que el capítulo de agradecimientos se centre en ese recuerdo emocionado del escritor y amigo, en su magisterio y en su ejemplo. Lo mismo que Juan, yo soy también, los que me conocen lo saben, un tanto retraído y silencioso. Desafortunadamente para mí, ahí se acaban las semejanzas.

La literatura es una lucha contra el olvido, una mirada solidaria y cómplice a la gloria y al fracaso del hombre, un apasionado empeño en fraguar sueños e ilusiones en un mundo inhóspito. Así lo entendieron los que me han precedido en el merecimiento de ese premio, de Nicanor Parra a Augusto Monterroso, pasando por Juan José Arreola, Eliseo Diego, Julio Ramón Ribeyro y Nélida Piñón. Ellos y ella son un referente en las diversas culturas latinoamericanas, por su imaginación y su libertad creadoras, y porque su obra es un testimonio hermoso y fiel de las inquietudes y las esperanzas de todo un continente. Y es para mí un honor ver mi nombre unido a los suyos por el Premio Juan Rulfo. Nos hermana el convencimiento de que el hombre, que hoy vive fascinado por las novedades de la tecnología, deslumbrado y manipulado aviesamente por ciertos espejismos de la comunicación, atiborrado por venales engrudos informativos, cuando no por emociones falaces de raíz patriotera o de signo nacionalista (en mi país, por ejemplo, hay quienes confunden un espacio audiovisual con una nación), el hombre, digo, sigue fracasando una y otra vez en aquello que le es más entrañable y primordial, en su viejo sueño de solidaridad. Y aunque no sea objetivo prioritario de la literatura, poetas y novelistas, a lo largo del tiempo, han dado testimonio de este sueño.

Me gusta pensar que es por eso, para mantener vivo ese testimonio y ese viejo anhelo, que nos hemos reunido hoy aquí en la ciudad de Guadalajara, celebrando una nueva fiesta del libro y honrando una vez más la memoria de Juan Rulfo.

A todos cuantos lo han hecho posible, muchas gracias.