Existen muy pocas criaturas que hayan trastocado de manera tan profunda a los habitantes del centro del territorio hoy llamado México, como lo ha hecho el formidable Axolotl. Un pequeño monstruo del pantano, de hábitos nocturnos y completamente acuáticos, que domina los secretos de la eterna juventud, y que cuenta con el poder de regeneración morfológica extrema. Digamos que no por nada los aztecas lo consideraban como la reencarnación de un dios. Pero el emblemático anfibio no solo se coló en la mitología mexica, sino que más tarde pasaría a poblar tratados naturalistas con su enigmático ciclo de vida, sería musa literaria de Cortázar, Salvador Elizondo, José Emilio Pacheco, entre otras grandes plumas, se fraguaría como metáfora de la mexicanidad para antropólogos y como símbolo de la extinción para biólogos, e incluso quedaría estampado en nuestra moneda de cambio, el ya icónico billete de 50 pesos. Hoy, al borde de su desaparición en vida libre, tenemos una última oportunidad para quizá convertir su figura en signo de la conservación, y eso en buena medida depende de la liternatura y de una posible nueva concepción sobre nosotros mismos y el lugar que ocupamos en el mundo.