La Universidad de Guadalajara, mediante el proyecto del Museo de Ciencias Ambientales del Centro Cultural Universitario, y con apoyo de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, convoca al Premio Ciudad y Naturaleza José Emilio Pacheco. Al galardón, dotado de diez mil dólares estadounidenses, podrán participar todos los escritores y narradores en idioma español. Deberán abordar el tema referente a la naturaleza, la sustentabilidad urbana, la armonía socioecológica y el cuidado ambiental. Este galardón está bautizado en memoria del poeta José Emilio Pacheco, cuyo trabajo trascendió al explorar la aparente dualidad entre la ciudad y la naturaleza.
Creado por la Universidad de Guadalajara, en colaboración con el Instituto Nacional de Lenguas Indígenas, la Secretaría de Cultura, la Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas, la Secretaría de Educación Jalisco y la Secretaría de Cultura Jalisco, el Premio de Literaturas Indígenas de América tiene el objetivo de enriquecer, conservar y difundir el legado y riqueza de los pueblos originarios mediante los diferentes géneros del arte literario, así como reconocer y difundir la trayectoria y obras de autores indígenas. Dotado de 300 mil pesos mexicanos, el premio se entregará en su décima edición en el marco de la FIL Guadalajara 2022.
Ruperta Bautista
El Premio Iberoamericano SM de Literatura Infantil y Juvenil se puso en marcha en 2005, Año Iberoamericano de la Lectura, con el propósito de impulsar la literatura infantil y juvenil en toda Iberoamérica. El objetivo de este premio es el reconocimiento a aquellos autores que hayan desarrollado su carrera literaria en el ámbito del libro infantil y juvenil. Dotado con 30 mil dólares, se entrega cada año en el marco de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara.
Irene Vasco
Con el fin de crear una red que ayude a difundir la obra de los ilustradores de libros para niños y jóvenes en Iberoamérica, Fundación SM y la FIL Guadalajara convocan al 15 Catálogo Iberoamérica Ilustra. Las obras seleccionadas se montarán como exposición en el marco de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara.
www.iberoamericailustra.comMartha Elena Saint Martin Luengas
Latinoamérica Viva
Autores 2020
Para más información contacte a:
Araceli López , responsable de América Latina e Invitado de Honor, al teléfono (+52) 33 3810 0331, ext. 921
Su novela, Rosario Tijeras, ganó la Beca Nacional de Novela del Ministerio de Cultura, y fue galardonada en Gijón (España) con el Premio Internacional de Novela Hammett 2000. Ha sido traducida a más de quince idiomas, y fue llevada exitosamente al cine y la televisión.
Paraíso Travel (2001) seha traducido a una docena idiomas, también fue adaptada al cine y se convirtió en una de las películas más taquilleras del cine colombiano.
Sus novelas Melodrama (2006) y Santa suerte (2010) han sido número 1 en ventas en Colombia, y han sido editadas en Hispanoamérica y también traducidas a otros idiomas.
Con El mundo de afuera ganó el Premio Alfaguara de Novela 2014. Su más reciente novela, El cielo a tiros (2018), también está en proceso de adaptación para serie de televisión.
Jorge Franco ha publicado cuentos y artículos en diversas revistas nacionales e internacionales; y fue invitado por Gabriel García Márquez a dictar con él su taller “Cómo se cuenta un cuento”, en la Escuela de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños, en Cuba.
Fragmento de El cielo a tiros
A pesar del desasosiego que nos había dejado la muerte de Escobar, aquel fue un diciembre distinto, sin su sombra. Haber salido de Colombia en esas vacaciones nos hizo creer que la situación iba a mejorar. Libardo se dejó convencer de Fernanda para que volviéramos y nosotros pudiéramos terminar el bachillerato en el colegio al que siempre habíamos ido. A fin de cuentas solo les falta este año, dijo ella, luego se van a hacer la carrera a otra parte.
Regresamos a finales de enero. Se sentía algo raro en el ambiente que nadie sabía nombrar. Una mezcla de incertidumbre, miedo y tranquilidad. Se hablaba de una posible venganza, de retaliación, pero también de oportunidades y reconstrucción, de volver a empezar. Me ilusioné con la idea de que nadie nos volvería a mirar como antes, que los pecados de Libardo habían muerto junto a los de Escobar, aunque también mucha gente seguía con miedo, esperando a que él diera el último coletazo desde la tumba.
Decían que su mano andaba por ahí, que cuando abrieron el ataúd en el cementerio para que la multitud le echara una mirada antes de enterrarlo, alguien que lo amó le arrancó la mano y que con ella se cobraría la venganza que todos iban a lamentar.
—¿Pero cómo iban a arrancársela? —pregunté—. No es que hubieran dejado abierto el ataúd tanto tiempo.
—Se la cortaron —dijo Julio.
—Nadie le cortó nada —aclaró Libardo.
—¿Cómo lo sabes? —le pregunté—. Tú no fuiste al entierro.
Libardo me reprendió con un gesto. Odiaba que le recordaran que no había ido por miedo. Por precaución, alegaba él, aunque para mí era lo mismo.
—Es un símbolo —dijo Libardo—, todo esto de la mano es una leyenda para demostrar que Pablo sigue teniendo el poder, que su mano sigue activa, que vive entre nosotros.
—Pero ¿quién la tiene? —preguntó Julio.
—Nadie —respondió Libardo—. Ya les dije que es como un símbolo. Él sigue aquí, la gente lo quería mucho, lo respetaba.
—Entonces, ¿todo va a seguir igual? —le pregunté.
—Sí... No —respondió Libardo—. Es decir, el legado de Pablo nos garantiza la tranquilidad y, como les dije, sin él el Estado va a dejar de joder.
—¿Qué es legado? —preguntó Julio.
Pero Libardo no contaba, o no nos lo quiso mencionar, con que los enemigos de Escobar no se iban a contentar con su muerte. Y los enemigos de Escobar eran los mismos de Libardo, los de mi familia, es decir los míos, aunque yo no supiera quiénes eran.
Franco, Jorge (2018) El cielo a tiros. Colombia: Alfaguara
Nació en Veracruz, México. Es autora de las novelas Temporada de huracanes y Falsa liebre, y del libro de crónicas Aquí no es Miami. Finalista del prestigioso Premio Booker International de Reino Unido, sus libros han sido traducidos a más de quince idiomas y recibido el Premio Anna Seghers 2019, el Premio Internacional de Literatura de Alemania 2019 y el Premio PEN a la Excelencia Literaria 2018. Actualmente es miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte.
Fragmento de Temporada de huracanes
Llegaron al canal por la brecha que sube del río, con las hondas prestas para la batalla y los ojos entornados, cosidos casi en el fulgor del mediodía. Eran cinco, y su líder, el único que llevaba traje de baño: una trusa colorada que ardía entre las matas sedientas del cañaveral enano de principios de mayo. El resto de la tropa lo seguía en calzoncillos, los cuatro calzados en botines de fango, los cuatro cargando por turnos el balde de piedras menudas que aquella misma mañana sacaron del río; los cuatro ceñudos y fieros y tan dispuestos a inmolarse que ni siquiera el más pequeño de ellos se hubiera atrevido a confesar que sentía miedo, al avanzar con sigilo a la zaga de sus compañeros, la liga de la resortera tensa en sus manos, el guijarro apretado en la badana de cuero, listo para descalabrar lo primero que le saliera al paso si la señal de la emboscada se hacía presente, en el chillido del bienteveo, reclutado como vigía en los árboles a sus espaldas, o en el cascabeleo de las hojas al ser apartadas con violencia, o el zumbido de las piedras al partir el aire frente a sus caras, la brisa caliente, cargada de zopilotes etéreos contra el cielo casi blanco y de una peste que era peor que un puño de arena en la cara, un hedor que daban ganas de escupir para que no bajara a las tripas, que quitaba las ganas de seguir avanzando. Pero el líder señaló el borde de la cañada y los cinco a gatas sobre la yerba seca, los cinco apiñados en un solo cuerpo, los cinco rodeados de moscas verdes, reconocieron al fin lo que asomaba sobre la espuma amarilla del agua: el rostro podrido de un muerto entre los juncos y las bolsas de plástico que el viento empujaba desde la carretera, la máscara prieta que bullía en una miríada de culebras negras, y sonreía.
Melchor, Fernanda (2017) Temporada de huracanes. México: Literatura Random House
Es autora de la novela Casas vacías (Sexto Piso). Traducida al italiano, holandés y portugués, y premiada con el English PEN Translation Award, 2019, en Reino Unido.
Maestra en estudios de género, mujeres y ciudadanía, por la Universidad de Barcelona. Especialista en economía de género y licenciada en sociología, por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Diplomada en derechos humanos con especialidad en acceso a la justicia, por la Universidad Iberoamericana.
Es fundadora del proyecto #EnjambreLiterario (2016-2020), e integrante del comité organizador del Encuentro Escritoras y Cuidados. Ha colaborado con medios como El País, Pikara Magazine, La Marea, Milenio, Tierra Adentro, y más.
Fragmento de Casas vacías
1
Daniel desapareció tres meses, dos días, ocho horas después de su cumpleaños. Tenía tres años. Era mi hijo. La última vez que lo vi estaba entre el subibaja y la resbaladilla del parque al que lo llevaba por las tardes. No recuerdo más. O sí: estaba triste porque Vladimir me avisaba que se iba porque no quería abaratar todo. Abaratar todo, como cuando algo que vale mucho se vende por dos pesos. Esa era yo cuando perdí a mi hijo, la que de vez en cuando, entre un conjunto de semanas y otras, se despedía de un amante esquivo que le ofrecía gangas sexuales como si fueran regalos porque él necesitaba aligerar su marcha. La compradora estafada. La estafa de madre. La que no vio.
2
Vi poco. ¿Qué vi? Busco entre el urdimbre de recuerdos visuales cada detalle de los hilos conductores que me lleven, al menos un segundo, a saber en qué momento. ¿En qué momento? ¿Cuál? No volví a ver a Daniel. ¿En qué momento, en qué instante, entre qué gritito de un cuerpo de tres años contenido, él se fue? ¿Qué fue lo que pasó? Vi poco. Y aunque caminé entre la gente gritando su nombre repetidas veces, el oído se me volvió sordo. ¿Pasaron carros?, ¿había más gente?, ¿cuál?, ¿quién? No volví a ver a mi hijo de tres años.
Nagore salía hasta las dos de la tarde pero no la recogí. Nunca le pregunté cómo es que ese día volvió a casa. De hecho, nunca hablamos de si alguien ese día volvió o es que acaso en los catorce kilos de mi hijo nos fuimos todos y nunca más volvimos. No hay fotografía mental que a la fecha me dé respuesta.
Después, la espera: yo recostada en una sucia silla del ministerio público de la que Fran me recogió después. Ambos esperamos, aún seguimos esperando en esa silla, aunque estemos físicamente en otro lado.
Navarro, Brenda (2019) Casas vacías. México: Sexto Piso. Disponible en: https://sextopiso.mx/esp/item/463/casas-vacias
Soy autora de las novelas La desfiguración Silva (Premio Alba Narrativa, 2014), Nefando (Candaya, 2016) y Mandíbula (Candaya, 2018), así como de los poemarios El ciclo de las piedras (Rastro de la Iguana, 2015) e Historia de la leche (Candaya, 2020). Mis cuentos han sido recogidos en Emergencias. Doce cuentos iberoamericanos (Candaya, 2014), Caninos (Editorial Turbina,
2017) y *Las voladoras *(Páginas de Espuma, 2020). He sido seleccionada como una de las voces literarias más relevantes de Latinoamérica por el Hay Festival, Bogotá39 2017, y premiada con el Next Generation Prize del Prince Claus Fund 2019.
Fragmento de “El mundo de arriba y el mundo de abajo”
Esta escritura es un conjuro.
Escribo el segundo nacimiento de mi hija con el agua fresca de mis palabras. Soy un padre creador de conciencia, forjador de errores cósmicos. No tengo miedo en el alto páramo, sino deseo.
Cuando mi mujer vivía pronunciaba al sol: “A Dios no le importa que los pájaros canten el futuro”. No le molesta que un cóndor planee sobre los volcanes y traiga con él la noche de las plumas.
“Dios es grande y entiende nuestra hambre”.
Por eso un chamán deshuesa las palabras dormidas a la sombra de las montañas. Conoce la musculatura del verbo, la descripción del universo como una enmarañada selva interior. Es un padre y habla con la naturaleza. Pronuncia el idioma de los animales. Les perdona la vida y se las quita con igual respeto.
Un chamán no es Dios, pero se le parece.
En medio de los frailejones percibo la divinidad de las piedras blancas. Escribo sobre ellas como si dibujara un porvenir. Más allá, resguardándose del sol, una llama mastica flores para la tumba de Gabriela. No tengo miedo en el alto páramo, pero temeré. Soy un padre, como Dios, y un chamán pequeño ante lo sagrado.
Esta escritura es un conjuro entretejido en lo más profundo de la tierra. Un desafío arrojado al estómago de mi duelo. “Renace a Gabriela”, me dijo la voz antigua de las rocas. “Porque tú formaste sus entrañas y la hiciste en el vientre de su madre”. Lloré muchas noches sobre los ojos abiertos de mi hija. Muchas mañanas en la boca abierta de su madre. “La paternidad me pesa”, le respondí a esa voz antigua. “Vi a mi hija nacer y morir. La enterré con mis propias manos. Ahora mi mujer ha muerto y su cadáver permanece en casa”.
“Renace a tu hija, Kay Pacha”, susurró el viento.
Escribo cegado por las lágrimas sobre la tumba de Gabriela. Soy el hombre-puma. El hombre-lobo. Estas frases poseen el tamaño de mi respiración. Un conjuro que hace revivir a un muerto exige una escritura cardíaca: palabras que salgan del cuerpo para entrar en otro y transformarlo.
La magia es una encarnación: un canto que une el mundo de arriba y el mundo de abajo para renacer a Gabriela.
Estas palabras son la simiente.
Ojeda, Mónica (2020) Las Voladoras. España: Páginas de Espuma
Nací en 1967 en Cochabamba (Bolivia). Descubrí la literatura a los diez años, con las novelas de aventuras de Emilio Salgari y las policiales de Agatha Christie. Comencé a escribir poco después, copiando a la Christie. En 1985 fui a la Argentina a estudiar ciencias políticas y allí descubrí que, como solía decir José Donoso, “escribir es reescribir”. Mi primer libro, uno de cuentos breves titulado Las máscaras de la nada, fue publicado en 1990. He publicado doce novelas, entre ellas Norte (2011) y Los días de la peste (2017), y cinco libros de cuentos, entre ellos Las visiones (2016) y Desencuentros (2018); he escrito dos libros de ensayo y he coeditado uno de ensayos sobre Bolaño. Mi obra ha sido traducida a doce idiomas y he recibido el Premio internacional de cuento Juan Rulfo (1997) y el nacional de novela en Bolivia (2012). Hacia 1988, gracias a una beca de futbol, me trasladé a los Estados Unidos. En 1997 recibí el doctorado de literatura latinoamericana en la Universidad de Berkeley, y desde entonces enseño en la Universidad de Cornell; entre los cursos que doy se encuentran la narrativa apocalíptica del continente, la literatura andina, y la relación de la literatura con los medios de comunicación masiva y las tecnologías emergentes. Vivo en un pueblito llamado Ithaca con mucha nieve y poco sol, a dos horas de la frontera con Canadá, estoy casado y tengo dos hijos. Me fascinan los géneros populares, desde el policial y la ciencia ficción hasta el horror. Ahora mismo exploro en cuentos y novelas los avances de la inteligencia artificial y los desajustes producidos por la emergencia climática. Admiro a Nellie Campobello y Allá afuera hay monstruos, mi próxima novela, toma Cartucho como punto de partida para reimaginarla en clave de pandemia.
Fragmento de Los días de la peste
La doctora Tadic estaba de turno esa noche. Leía el parte de enfermos en su oficina. Revisó nuevamente los resultados de las muestras de sangre de la mujer y la bebé muerta. A la mujer se le había sacado otra muestra. No era malaria, por lo pronto no. ¿Entonces?
La mujer, conocida como la Paciente Uno, no la había pasado bien la noche anterior y durante el día requirió varias veces la presencia de los médicos. Se quejaba de dolores musculares, orinaba sangre y deliraba. La temperatura seguía alta. Le habían aparecido puntos rojos en el pecho, posibles síntomas de una hemorragia interna, y la doctora Tadic ordenó que se la monitoreara. Eso le hizo sospechar que quizás no era malaria. Había que administrarle fluidos, mantenerla hidratada. Ordenó que fuera trasladada a la sala del cólera.
Estaba agotada y creyó que podía echarse un sueñito. Había días en que no volvía a casa y se quedaba a dormir en su oficina. Tenía mantas sobre el sofá, todo preparado. El Forense le reprochaba tanta dedicación y ella no podía convencerlo de que no solo se trataba de eso. Simplemente, no tenía a qué volver a casa.
Se durmió con rapidez en el sofá. Soñó con animalitos tan diminutos que un microscopio óptico normal no podía captarlos. Animalitos invisibles flotando por millones en el mundo, una danza continua. En sus sueños aparecían como en las imágenes del microscopio electrónico, figuras esféricas, de color entre verdoso y azul, atacando células del color de la piel para infectarlas. A veces tenían la forma de gusanos relampagueantes, moviéndose de aquí para allá en busca de sus anfitriones para parasitarlos.
Despertó con la sospecha de que no era verdad que al principio hubiera sido la célula y luego el virus. Mientras miraba el techo con los ojos entrecerrados, pensó que quizás había sido al revés, quizás los virus se desarrollaron primero y luego crearon a las células para depender de esos organismos vivos. Había virus en todas partes. El problema era la desesperada forma en que se movían. Si encontraban el animal adecuado podían quedarse allí felices, pero su desplazamiento constante los llevaba a encontrarse con animales a los que terminaban consumiendo.
El motor de la vida eran los virus. La enfermedad antes que el remedio.
Se levantó para hacer una ronda, ver a sus pacientes.
Paz Soldán, Edmundo (2017) Los días de la peste. España: Editorial Malpaso
Soy autora de cuatro novelas y un libro de cuentos, Caperucita se come al lobo, recientemente reeditado en Colombia. Recibí en España el Premio de Novela La Mar de Letras por Coleccionistas de polvos raros. Con mi novela La perra, traducida a quince lenguas, gané el Premio Biblioteca de Narrativa Colombiana, un PEN Translates Award, y soy finalista del National Book Award en Estados Unidos.
Fragmento de La Perra
Cuando la marea estaba baja, la playa se volvía inmensa, un descampado de arena negra que más parecía barro. Cuando estaba alta, el agua la tapaba toda y las olas traían palos, ramas, semillas y hojas muertas de la selva y los revolvían con la basura de la gente. Damaris venía de visitar a su tía en el otro pueblo, que quedaba arriba, en tierra firme, pasando el aeropuerto militar, y era más moderno, con hoteles y restaurantes de concreto. Había parado en la casa de doña Elodia por curiosidad, al verla con los perritos, y ahora iba para su casa en la punta opuesta de la playa. Como no tenía dónde meter a la perra, se la puso contra el pecho. Le cabía en las manos, olía a leche y le hacía sentir unas ganas muy grandes de abrazarla fuerte y llorar.
El pueblo de Damaris era una calle larga de arena apretada con casas a lado y lado. Todas las casas estaban destartaladas y se elevaban del suelo sobre estacas de madera, con paredes de tabla y techos negros de moho. Damaris tenía un poco de temor de la reacción de Rogelio cuando viera a la perra. A él no le gustaban los perros, y si los criaba era solamente para que ladraran y cuidaran la propiedad. Ahora tenía tres: Danger, Mosco y Olivo.
Danger, el mayor, era parecido a los labradores que usaban los militares para olfatear las lanchas y los equipajes de los turistas, pero tenía la cabeza grande y cuadrada como las de los pitbulls que había en el Hotel Pacífico Real del otro pueblo. Era hijo de una perra del finado Josué, a quien sí le habían gustado los perros. Él los tenía para que ladraran, pero también les daba cariño y los entrenaba para que lo acompañaran a cazar. Rogelio contaba que un día que estaba visitando al finado Josué, un cachorro que todavía no cumplía dos meses se alejó de la camada para ladrarle. Él pensó que ese era el perro que necesitaba. El finado Josué se lo regaló y Rogelio lo llamó Danger, que significa peligro. Danger creció para convertirse en lo que prometía, un perro celoso y bravo. Cuando hablaba de él, Rogelio parecía sentir respeto y admiración, pero en el trato no hacía más que espantarlo, gritarle “¡Fuchi!” y levantarle la mano para que recordara todas las veces que le había pegado.
Quintana, Pilar (2017) La perra. Colombia: Literatura Random House
Me gustaría pensar que soy reconocido por la belleza de mis novelas y relatos, y por la profundidad humana que alcanza mi voz narrativa. Mis historias hablan de identidad, pertenencia, ejercicio del poder en el amor y la familia, discriminaciones a causa del género y la orientación sexual, sobre cómo nos convertimos en quienes somos. Soy un escritor popular, mis libros han estado en las listas de los más vendidos y han recibido elogio crítico. Mi mirada sobre Chile como un país diverso —y no como el país homogéneo que muchos postulaban— me ha dado una tribuna que trasciende la esfera literaria, y ha logrado expandirse en la cultura. Me siento parte de los impulsores del cambio de paradigma que nos anima a transformarnos en una sociedad más inclusiva y solidaria. Soy director del taller literario para futuros escritores, del que ha surgido una nueva generación de escritores publicados y premiados; soy fundador, primer presidente y actual director de Fundación Iguales, que trabaja en la defensa de los derechos de las personas LGBTI; y soy fundador y director de Espacio Público, un centro de pensamiento que se dedica al estudio de las políticas públicas. Durante la epidemia he sido parte del grupo de trabajo que realiza un informe semanal sobre la epidemia en Chile y el mundo, con especial dedicación al análisis de datos. Animado por las ganas de ayudar en la emergencia, mi pasado de ingeniero civil con magísteres en modelos probabilísticos y modelos dinámicos vino a surgir después de tantos años.
Soy autor del libro de cuentos Vidas vulnerables (1999) y de las novelas Madre que estás en los cielos (2004), La razón de los amantes (2007), La barrera del pudor (2009), La soberbia juventud (2013), Jardín (2014) y Desastres naturales (2017). Ya terminé una nueva novela que se publicará en septiembre de 2021, y estoy escribiendo un libro de relatos.
Fragmento de Jardín
La visión del jardín horadado, a medio desenterrar, producía un rechazo visceral, un horror instintivo. Lo que nacía de una noble motivación daba pie a un espectáculo grotesco. Claro que sería doloroso permitir que se secara y condenar a la peste y a la maleza ese lugar tantas veces recorrido, insistentemente contemplado. Pero su ruina ocurriría fuera de la vista, en otro tiempo. ¿No le valía más recorrerlo una última vez el día de su partida y dejarlo descansar intocado en su memoria? Exhumarlo resonaba como un grito de protesta, un presagio de muerte. Mediante su generoso regalo, nuestra madre clamaba desde cada una de esas grietas abiertas en el jardín y a la vez se enterraba en ellas.
Las flores son la expresión más leve de una planta. Incluso las ramas más gruesas, nos parecen gráciles al ser mecidas por el viento. Pero si desenterramos un arbusto o un árbol nos vemos enfrentados a su ineluctable pesadez. Nuestros ojos ya no se elevan esperanzados hacia las flores, sino que permanecen fijos en el compacto pan de tierra y los desafíos que implica lidiar con su peso. Tal como una vida bien enraizada da lugar a recuerdos que iluminan la memoria, si llegara a ser desenterrada a la fuerza, terminaría por revelarse cavernosa y grávida.
Simonetti, Pablo (2015) Jardín. Colombia: Alfaguara
Me llamo Alia Trabucco Zerán, nací en Santiago de Chile en 1983. Soy autora de la novela La resta, que se publicó en 2015 en España (Demipage) y en Chile (Tajamar), y que fue finalista del Premio Man Booker International en su traducción al inglés. En 2019, publiqué el libro de ensayo Las homicidas (Lumen), sobre casos emblemáticos de mujeres violentas. Iba a viajar a México en 2018, pero hubo un terremoto, en 2019 hubo una revolución y en 2020, pandemia. Espero que no haya hackers en la conexión.
Un trago amargo
Ni buena ni mala. Ni linda ni fea. Ni corta ni larga. Era la vida y punto. El trapo limpia la mugre. La escoba junta la basura. El agua enjuaga el jabón.
La señora me trataba bien, eso ya lo he dicho. Si le preguntan, ella les dirá que yo era discreta y reservada, trabajadora, leal, que nunca causé ningún problema.
Cuando recién llegué a la casona la señora sentía la necesidad de aconsejarme. De enrielar a esa muchacha dócil que hablaba poco, casi nada. Decía:
Teresa, mijita, présteme atención.
Yo la miraba fijo, la miraba sin verla realmente e intentaba invo- car una idea ruidosa. Algo que me permitiera no escucharla hablar de mí como si de verdad me conociera. Con el tiempo, por fortuna, ella dejó de hablarme. O no. Tal vez conversábamos, si es posible llamarlo de ese modo. La señora salía de la ducha, abría la puerta del baño, constataba que yo siguiera en su pieza estirando la cama o sa- cudiendo las alfombras, y comenzaba a hablar. Hablaba mientras se secaba las axilas y los pliegues de la entrepierna, mientras se ponía el desodorante y rociaba perfume en sus muñecas, mientras frotaba su piel, toda esa piel, con kilos y kilos de cremas caras. Hablaba como si estuviera totalmente vestida o como si yo jamás pudiera verla.
La niña, su niña linda, también estaba ahí. Sentada a los pies de la cama, frente a la puerta del baño, recolectaba cada gesto de la señora, de su madre. Cómo delinearse los ojos. Cómo pintarse los labios. Cómo cepillarse la melena. Cómo hablar sin mirar. Yo únicamente escuchaba, señores. Y algunas veces asentía. Asentía como la chiquilla mansa y de buen carácter que debía ser. Y goleteaba las almohadas y doblaba los pijamas y recogía del suelo las camisas transpiradas, los calcetines mugrosos, los calzoncillos salpicados de semen.
Cómo quise devolverle las palabras a la boca. Cuánto quise ensordecer.
Trabucco Zerán, Alia (2019) Las homicidas. España: Lumen